Capítulo 1: Pecados para dos hoy

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Sábado, finales de enero de 1999. Córdoba capital, ciudad de las mujeres más lindas, el cuarteto y otros inventos dignos del orgullo cordobés. De lo que no había para enorgullecerse tanto era la humedad, tan pegajosa y molesta que el caluroso verano traía consigo. Durante el día, la humedad propia de la capital aniquilaba cualquier plan que pudiera surgir, pero cuando el sol bajaba y se escondía detrás de las sierras, todo era más ameno, volvía a surgir la vida urbana, se podían ver familias caminar por las diferentes calles de la capital, alguna que otra pareja melosa en la plaza distanciada físicamente por el propio calor, o los grupos de adolescentes chetos que solo buscaban matar el tiempo antes de partir para algún boliche en el cerro.

Y en uno de los pocos bares conocidos de Nueva Córdoba, se encontraban haciendo pruebas de sonido una banda tributo de cuatro jóvenes. Contaban con un vocalista y su guitarra, un bajista excepcional, un baterista con demasiado sentido del ritmo y un tecladista muy responsable. Todos eran amigos íntimos, egresados del mismo colegio secundario, exceptuando al tecladista, un chico cinco años más grande que los tres integrantes. Roberto se integró a la banda cuando se cruzó con un anuncio llamativo, una banda que buscaba un tecladista que "supiera tocar como si hubiese nacido con las teclas pegadas a los dedos", un anuncio algo desesperado para su gusto, pero un miembro menos en una banda formada de toda la vida había sido algo para exasperarse, por lo que Roberto fue aceptado apenas hizo la prueba en el estudio de la banda (el gigante departamento de Lionel).

Pablo, el bajista, estaba tocando la canción de prueba con una mueca de desagrado, que a el baterista, Walter, no le pasaba desapercibida. Se conocían hace bastante tiempo y todos sabían que cuando Pablo tenía esa cara de haber "olido mierda", según él, era porque algo le pasaba, y al menor no le estaba gustando la manera de cómo estaba sonando su bajo. Todos estaban practicando con "La calle es su lugar" de G.I.T, la tocaban en los comienzos de los ensayos para entrar en calor. Los gustos musicales de cada jóven dentro de la banda habían influenciado para armar el repertorio, estaban inculcados por sus propios padres y en el rock nacional habían coincidido bastante, a alguno que otro integrante le gustaban otras bandas más internacionales, gustos adquiridos en el afán de escuchar algo distinto, o creerse distinto. El más pequeño de los integrantes paró de tocar y habló, levantando su mano, para que no siguieran tocando sin razón.

- Eu, banquen, banquen.

- Uh, otra vez...

Walter le pegó a un platillo con más fuerza, evidenciando su bronca. Agarró el elemento dorado al segundo de haber hecho eso para que parara de sonar, era bastante ensordecedor, llamando la atención de los tres varones restantes. El chico de rulos se dio vuelta con el ceño fruncido, sin entender el por qué del comentario y comportamiento de su compañero.

- ¿Qué?

- Pablo, es la tercera vez que paras el ensayo, hermano, ¿qué pasa ahora?

- Es que escucho raro el bajo, está como que desafinado, creo.

Musitó el más bajo, le daba vergüenza decir una gilada como esa, sabía que era algo estúpido como para parar el ensayo, pero más estúpido le parecía que todo sonara mal por culpa de un instrumento desafinado, arruinando todo el trabajo del grupo por eso, por lo que prefirió parar el ensayo. Antes de eso, el ensayo fue parado por los cables, que estaban mal acomodados y se enredarían, y mucho antes de eso, Pablo había evitado que comiencen a tocar porque los parlantes no estaban prendidos, y Walter ya estaba hasta las bolas con eso.

- ¿Desafinado?

- Si, lo escucho desafinado, ¿algún drama con eso?

- Tocamos dentro de un rato, dejá de parar el ensayo, Pablo. Si estás cagado, bancatela.

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