17. pequeños pasos con purpurina y whasi tapes

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N/A: como no se puede tachar el texto, lo que esté subrayado es como si estuviera tachado.

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4 de febrero, 2021

—Tengo un problema. O muchos. Quiero cambiar.

A Elena le costó decir (vomitar) esas palabras en voz alta, darles forma, sacárselas de dentro sin desgarrarse. Era abrirse en canal, sin anestesia y sin vuelta atrás. Tirarse de boca al vacío sin paracaídas, sabiendo que nada ni nadie la salvaría de ser juzgada. Aunque quiso levantarse y marcharse sin mirar atrás, pretender que no había dicho nada, que no había desnudado su alma de esa forma y que no se estaba ahogando, se mantuvo firme en su sitio, con la mirada clavada en la de la terapeuta, en el cuaderno de anillas que usaba y en ese bolígrafo horrible con un murciélago en el culo.

Se aferró a la taza gigante hasta hacerse daño, hasta quemarse los dedos.

Estaba aterrada, al borde de un acantilado.

No. Estaba cayendo, se ahogaba en sus fantasmas.

—Háblame. Empieza por dónde tú quieras.

Elena se mordió el labio inferior con fuerza, no se detuvo hasta sacarse sangre. El tic tac del reloj la estaba volviendo loca. Le sudaban las manos. Estaba sentada al borde de la silla. Le dolía el culo, todos los músculos. ¿Por dónde empezaba? ¿Cómo vomitaba diecisiete años de su vida del tirón? ¿Por su hermana? ¿Por Verónica y su no-lista de conquistas? ¿Por su maldición? «Eres un monstruo». Cerró los ojos, dejó la taza en la mesita, clavó las uñas en el cuero de la silla.

Estaba sola.

—¿Soy un monstruo?

Silencio. Solo el tic tac.

—¿Crees que lo eres? ¿Qué te hace pensar eso?

Elena quería gritar, gritar y gritar.

—¿Porque soy la portadora de la muerte? ¿Porque soy su recipiente? ¿Porque puedo matar a cualquiera si...?

Estaba temblando, se caía y nadie le tendía la mano.

Su hermana le había dado la espalda.

—¿Te cuento un secreto? Cuando vuestros padres contactaron conmigo, cuando firmé el contrato de confidencialidad... Estaba fascinada y un pelín escéptica. ¿Niñas con poderes? Ya había oído rumores. Un niño que hablaba con los animales en Ciudad de México, una anciana en Buenos Aires que veía cosas que sucederían minutos después en cualquier parte del mundo, una mujer que decía ver el hilo rojo del destino. Y muchos más.

» Pero eran eso, rumores o secretos susurrados a voces. Muy lejos. A años luz. Nada más. Pero ahí estaban vuestros padres. Y yo firmé sin dudarlo.

—¿El secreto es que hay más como nosotras?

Porque vaya obviedad.

Ya lo suponía.

—No. El secreto es que la primera vez que os vi me parecisteis niñas normales. Muy dependientes la una de la otra y con vuestras manías, pero nada más. Hasta que vi las marcas en tus brazos cuando estallaste en mi consulta. Hasta que Julia descubrió que mi mujer me había dejado solo con estar en la misma habitación que yo.

Elena recordaba esa época. Eran recuerdos lejanos y borrosos.

» Os tuve miedo durante un tiempo, incluso me planteé dejarlo. Érais reales. No susurros. Ni secretos a voces. ¿Y si me metía en un problema con el gobierno? ¿Y si había algún tipo de organización que os diera caza? Érais de carne y hueso. Estábais ahí y yo en medio.

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