Recibía los golpes acurrucado en el suelo. Con sus manos protegía su cabeza y se hacía cada vez más pequeño siguiendo el ritmo de los golpes que recibía. Una vez los matones se aburrieron de abusar de su endeble cuerpo y se marcharon, se arrastró con las pocas fuerzas que aún conservaba al fondo de un cercano callejón. Allí aguardó un rato, recuperando algo de aliento e ignorando su dolor.
—Ya no puedes seguir aguantando estos abusos, tae.— Decía mientras vendaba su torso. —Están a punto de romperte una costilla, mira como estás.
—Gracias por tu preocupación yeyo, pero estoy bien, en serio.
—Lo que digas mocosito. Ya está listo.
TaeHyun acomodó sus prendas nuevamente y le agradeció a su amigo. Salió de aquella sala clandestina del hospital donde su amigo lo atendía a escondidas y caminó por todo el luminoso pastillo con lentitud, aguantando el dolor que caminar le provocaba. Se detuvo un segundo a descansar, y cuando se disponía a seguir su camino se percató de la imagen a su costado.
El pasillo estaba casi vació; un chico dormitaba acostado en una de las incomodas bancas de tres puestos del lugar, llevaba un suéter viejo y un par de shorts. En su mejilla se vislumbraba el rastro traicionero de lágrimas ya secas, y en sus piernas descubiertas la piel le delataba el frío que sentía. TaeHyun ya estaba más que acostumbrado a ver personas en situaciones realmente miserables en el hospital, pero ese joven con rostro de ángel movió algo en sí que no lograba comprender.
Se quitó su chaqueta, le sacudió un poco el polvo y la colocó cuidadosamente sobre sus piernas, posteriormente se marchó, sintiendo como el corazón le palpitaba en la garganta.