Los golpeteos galopantes de mil corceles se elevaban bajo el sol salteño de enero, devolviendo vitalidad al adolorido cuerpo del general, con el presagio de la llegada del comandante estimado. Belgrano tomaba una manzanilla recostando su cuerpo contra la fría pared de la posta, procurando que sus nervios de ver por primera vez la figura azul de su amigo fueran aplacados, como el hambre, por el té. Esa secuencia que había soñado las últimas noches se hacía próxima, tan real, como que aquel otro igual patriota lo buscaba con la misión de relevo, pero tanto no importaba si al menos causaba una excusa para el encuentro.
El sonido alertó al general que su destino estaba cerca, quien se apresuró entre sus soldados para recibir al que anhelaba con la cordialidad militar que este se merecía. Quedando prendido en el saludo por la mirada profunda, cual mar nocturno, de San Martín. No esperaba un hombre más alto, ni la tez dorada por el astro mayor, pero disimulaba su sorpresa pues la emoción era mayor que la del final de toda batalla. Las pieles desnudas de sus manos ahora se encontraban sintiendo cada callo inflamado por las asperezas de un sable. El abogado sostuvo la vista al oscuro mirar de su otro, esperando encontrar en ella un atisbo de complicidad, y tal vez un pretexto para alargar aquel primer contacto; el buen Manuel se temía haberse dejado ser demasiado sutil en sus pretensiones al escribirle, anhelaba que tal campaña que lo alejaba de su esposa, de los Buenos Ayres que quedaba a muchas noches y días de allí, escondiese otros asuntos más que un remplazo o el espíritu libertador.
Los negros, los indios, los pobres uniformados llenaban los campos de la posta, hablando a los gritos con los extraños del regimiento que ya copaba esta tierra, mientras llevaban sus animales a descansar a la sombra de los algarrobos. El hedor penetrante era medianamente apaciguado en la cocina por el eucalipto que quemaban y las hierbas de té que se hervían constantemente. Con una joven cocinera de chaperona, al fin ambos hombres podían sentarse frente a frente, cara a cara, sabiéndose satisfechos de haberse encontrado como iguales en sus inquietudes intelectuales; tal vez del alma y de su carne también.
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Poco después del asalto al Tucumán llegaba un papel a las manos del general Belgrano, firmada por un nombre que ya había oído nombrar maravillas de la boca de su buen amigo José Vicente; nombre que causaba recelo de otros hombres que no lograban comprender las razones en confiar en quien consideraban un militar de la corona. Al abrirla se encontró con unas felicitaciones por el triunfo en la ciudad, estas palabras de aliento sonrojaron al militar, pues este era un crítico estricto de sus andares, así como el saberse dueño de la admiración de aquel hombre. Decidió contestarlo como si de un viejo amigo se tratase, abriendo el caudal a las cartas que viajarían de mano en mano entre ellos dos. Si la libertad era la excusa, el cariño era la causa. Se hizo parte de sus obsesiones esperar sus cartas, buscar algo que dijera más que lo escrito entre cada palabra. Inclusive le había confiado sus preocupaciones como ajeno al oficio militar, que a ningún otro hubiera permitido conocer si no creyese que José no le reprocharía su desconocimiento.
"¡Ay amigo mío! ¿Y qué concepto se ha formado usted de mí? Por casualidad o mejor diré, porque Dios lo ha querido me hallo de general sin saber en qué esfera estoy: no ha sido mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta obligación [...] La abeja que pica en buenas flores proporciona una rica miel [...] Crea usted que jamás me quitará el tiempo y que me complaceré con su correspondencia." Firmaba M. Belgrano, Lagunillas, 25 de septiembre de 1813. Al Sr. José de San Martín. Esperando que este hombre, un tanto más joven que él, supiera usar la astucia de militar para leer sus intenciones en conocerlo.
Sensiblemente escribiría para sí en palabras que nunca nadie más que su espíritu habría de leer sobre como en tan solo tinta el natal del norte había sabido penetrar en su alma como ningún otro, más que otro patriota y más que cualquiera de sus amantes. Lo había visto a los ojos sin conocer su mirada, eso elevaba su espíritu; y la idea del encuentro, la carne.
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La Posta [San Martín/Belgrano]
FanfictionSan Martín y Belgrano se encontraron por primera vez en esa casa, en enero de 1814, concordando el genio militar y la abnegación, el verbo de la emancipación americana. Sellando en acciones aquello que se dice amor.