»Los lirios naranjas no suelen ser muy comunes; tienen un significado especial de amistad o amor renovado.
»También simbolizan amor y pasión ardiente.
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Desde que Katsuki era simplemente un niño de sus manos brotaban raíces, estas no solían ser muy largas, pero sí eran lo suficientemente grandes como para que una pequeña flor cerrada se formara. Nunca pasaba con cualquiera, solo con otro niño igual a él. Era pecoso, sus rizos verdes siempre le provocaban ganas de tirar de ellos, nada más para observar como estos volvían a su lugar. Sus enormes ojos verdes le cautivaban como ningún otro, pasar horas mirándolos era su parte favorita del día, en especial cuando se ponía a llorar. Estos solían ser más bonitos cuando lloraba, porque cuando sus lágrimas caían en sus manos las flores se abrían y sus ojos brillaban asombrados.
Las almas gemelas siempre venían con un regalo detrás, en el caso de Katsuki fueron las flores; crecían en sus manos con el tallo y las raíces, cada que el pecoso le daba una visita procuraban plantarlas, así que tenían un jardín hermoso frente a la casa. Estas no se marchitaban, parecían eternas y muy joviales. Katsuki jamás había experimentado tanta felicidad como cada que una flor florecía en sus manos e Izuku estaba enfrente suyo. Obvio jamás lo admitiría por completo, pero una sonrisa y ojos brillantes no eran para menos.
Pero un día simplemente estas se comenzaron a marchitar, perdían su brillo y jovialidad hasta descender al suelo, convirtiéndose en polvo que era llevado por el viento. Katsuki no podía entender el dolor inexplicable en sus manos, hasta que al verlas pudo darse cuenta como de estas salían raíces con espinas, tal como un alambre de púas que utilizaban sus abuelos para mantener al ganado junto. La sangre brotaba y recorría el camino marcado de sus manos hasta caer al suelo como una indomable cascada.
Los gritos no salían de su boca, es como si se hubiesen atorado con el nudo de su garganta. Tenía que buscar ayuda, salir de su cuarto, pero sus ojos no enfocaban de manera correcta nada a su alrededor, como si estuviera experimentando el nivel más alto de un mareo.
Intentó caminar hacia la puerta, pero sus piernas no se sincronizaban, y tambaleándose, terminó tropezando con las raíces expandidas por el suelo, enterrando sus espinas en su cuerpo. Comenzó a sollozar, el dolor se expandía por su anatomía, como si se hubiera echado veneno así mismo; el dolor ya era insoportable.
Para cuando Mitsuki abrió la puerta, algo asustada por los ruidos y el llanto de hijo, el pánico de Katsuki había incrementado. Su respiración era errática y desesperada, el vomito junto con la sangre mezclada del suelo la hizo gritar del espanto.
