𝕻𝖗𝖔́𝖑𝖔𝖌𝖔

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Me desperté temprano, antes de que los primeros rayos del sol iluminaran nuestra habitación

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Me desperté temprano, antes de que los primeros rayos del sol iluminaran nuestra habitación. Acto seguido, me dirigí a la ventana para contemplar el vasto firmamento. Desde lo más profundo de mi ser, una sensación de remordimiento me atormenta día tras día cada vez que observo mi 𝖖𝖚𝖊𝖗𝖎𝖉𝖔 𝖉𝖎𝖆𝖗𝖎𝖔.

Sé que no puedo ocultar la verdad por más tiempo; el peso de mis acciones se ha vuelto demasiado insoportable. En nuestro nuevo hogar, con Asta a mi lado, la culpa me devora cada día un poco más. Sin embargo, verlo dormir tan tranquilo y sereno calma mi interior. Así que, rauda, escondí aquel pequeño librito en su escondite.

El día comenzó como cualquier otro –ya sabes la rutina matutina–, me dirigí a la cocina con movimientos suaves y precisos, para preparar el desayuno. El olor que expelía el sartén se esparcía por toda la casa, mientras ponía todo mi empeño en crear un plato perfecto para compartir con Asta. No soy la mejor cocinera del mundo, pero he aprendido a cocinar uno que otro... 𝖕𝖑𝖆𝖙𝖎𝖑𝖑𝖔.

Pasaron unos cuantos minutos; yo tarareaba una dulce melodía mientras cocinaba. Y cual espectro, Asta apareció de la nada –lo supe al ver su reflejo en mi cuchillo–; su energía vibrante llenó el espacio. Es imposible negar lo adorable que se ve recién despierto: sus cabellos desordenados y sus ojos aún somnolientos lo hacen ver tan... hermoso.

    — Hola cariño —su dulce voz inundó mis oídos—. ¿Qué estás haciendo?

Puro cachorrito se acomodó en una silla cercana, al tiempo que sus ojos seguían cada movimiento que hacía con mi 𝖈𝖚𝖈𝖍𝖎𝖑𝖑𝖔. Mientras preparaba los ingredientes, le contaba las diferentes etapas del proceso y compartía secretos culinarios con él.

    — Hoy estamos teniendo un desayuno especial —articulé al fin con algo de entusiasmo o al menos eso le hice creer—. Estoy haciendo tortitas esponjosas y jugosas, rellenas de deliciosa fruta fresca y cubiertas con un toque de sirope de arce.

Asta asintió emocionado, juraría que su sonrisa brilló más de lo normal en ese momento. Siempre es maravilloso tenerlo allí, compartiendo esos momentos simples pero significativos juntos.

    — ¿Desde cuándo eres tan buena cocinera? —me preguntó entusiasmado.

    — Desde que soy la prometida de un tonto —le contesté en un tono burlón y una sonrisa leve—. Las buenas esposas tienen que hacer platillos deliciosos... ¿no?

Me concentré en la tarea, mientras Asta continuaba observándome –amo esos ojos cuando me escudriñan de esa manera–. Cada vez que volteaba para agarrar un ingrediente, nuestros ojos se encontraban y nos regalábamos una mirada llena de amor, profundo amor.

    — ¿Necesitas ayuda? —inquirió Asta, mostrando su disposición a colaborar.

Le agradecí su ofrecimiento, pero le dije que prefería sorprenderlo con mi creación culinaria, como ya era habitual. Esta era mi forma de expresarle cuánto significaba para mí. A través de mis creaciones culinarias, le transmito todo mi amor.

𝕽𝖊𝖑𝖆𝖙𝖔𝖘 𝖊𝖓 𝖙𝖎𝖓𝖙𝖆 𝖗𝖔𝖏𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora