Capítulo nueve

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Estábamos tan entrelazados que podía sentir el peso de su cuerpo contra el mío y los seguros de la correa en su tobillo enfriaban mi piel. Por más que intentara acomodar mi pies junto a los suyos, mi piel chocaba inevitablemente contra el frío y no sabía cómo no lo había despertado al moverme tanto a su alrededor. Esta vez no tenía miedo de que despertara, porque algo en mí me decía que, quizá, esta vez no se alejaría. Sus manos sujetándome cerca y pegándome a su pecho eran toda la evidencia que necesitaba. Se aferraba a mí con fuerza, con miedo, como con aquel beso. Era como si me fuese a escapar entre sus dedos, como si todo fuese un sueño entre nosotros. 

Mi rostro se refugiaba contra la fría tela de su camiseta, pero el calor de su piel contra mi frente era reconfortante. Podía oír sus latidos desde su garganta. Ojalá pudiésemos estar así para siempre. Me moví en busca de una posición en donde mis brazos dejaran de entumirse debajo de mi peso y descansé mis manos entre nuestros cuerpos, con mis dedos rozando ligeramente su pecho.

Me enorgullecía decir que recordaba cada detalle de mis sueños al despertar al día siguiente, por más insignificantes que fueran, y ahora mis sueños eran invadidos por él y solo élPodría pasar una eternidad observando cada detalle de él.

Escuché el sonido de mi celular a lo lejos y levanté la cabeza alarmada. Me escabullí lo mejor que pude de sus brazos y caminé lo más silenciosamente posible a mi bolsa sobre el sillón para apagar la alarma que avisaba que pronto tendríamos que ir a trabajar. ¿Cómo le explicaríamos a Donna la ausencia de Steven los días anteriores? ¿Qué otra mentira podíamos inventarnos? Podríamos decir que enfermó y estuvo en el hospital y apenas ayer pude contactarlo. Digamos lo que digamos, estoy segura que no le importará en lo absoluto. Ambos estábamos de acuerdo con quedarnos a hacer inventario, pero lo que me preocupaba era que Donna despidiera a Steven y lo alejara del trabajo que tanto ama.

Me dejé caer sobre el sillón para no estar hincada frente a la mesa de café y subí mis piernas para abrazarlas contra mi pecho mientras me perdía un momento en los mensajes de mi celular. Aquel número desconocido seguía presente entre mis mensajes más recientes. , había dicho. Solo podía ser Steven, él era el único que sabía del accidente, ¿pero por qué escribir desde otro número? ¿Por qué no hacerlo desde el número que guardó en mi celular? Si no había sido él, significaba que alguien más estaba vigilándome y, lamentablemente, se me venían un par de personas a la cabeza.

El sonido de la correa me alejó de mi celular y observé a través del librero frente a mí a Steven enderezarse confundido. Observó a su alrededor con una mueca y suspiró dejando caer su rostro contra sus manos.

—¿Steven? —pregunté poniéndome de pie y me asomé por detrás de los libros que nos separaban. Sus ojos se elevaron con rapidez hacia mí y me miró con sorpresa—. ¿Todo bien?

—Creí que había sido un sueño. —murmuró siguiendo cada uno de mis pasos hasta que por fin me dejé caer frente a él sobre el colchón.

—¿Cómo dormiste? —cuestioné y empecé a deshacer la correa. Quité los seguros con delicadeza, sintiéndolos fríos entre mis dedos.

—N-no tienes por qué hacer eso —sus dedos rozaron los míos sobre su tobillo y volteé a verlo—. Sé que es molesto.

—Bueno, sé que las correas pueden ser moletas —concordé, aunque no fuera a lo que se refería y quité la correa por completo para acariciar la piel de su tobillo y alejar la sensación de incomodidad que estaba segura quedaba—, pero ayudarte no lo es. Me gusta ayudarte.

Lo observé con una sonrisa en mis labios y mis dedos aún acariciaban su piel. Se veía tan lindo frente a mí. Nunca me cansaría de mirarlo. De apreciar su cabello hecho un desastre, sus rizos apuntando en todas direcciones y sus ojos mirándome como si fuera lo más hermoso que alguna vez habían visto, porque al menos esperaba que, para él, lo fuera. Su mano se deslizó temblorosa hacia la mía y amé cada lento segundo que transcurrió entre nosotros hasta que sus dedos apenas rozaron los míos.

Armonía en el caos | Moon KnightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora