∞ 05: Ligera ∞

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Mis pulmones se habían quedado en las escaleras del segundo piso. Todavía no entendía porque demonios teniendo un ascensor lo más de funcional el idiota de mi vecino había decidido que teníamos que subir por las escaleras después de despedirnos de su padre.

—Me debes—jadeé mirando su espalda, demasiado cansada para enfadarme—una explicación.

El muy idiota abrió la puerta de entrada a nuestro piso, cargando las bolsas como si no fueran nada mientras me obsequiaba una sonrisa de burla. Él estaba muy relajado y tranquilo, como si no me hubiera tenido corriendo escaleras arriba para seguirle el ritmo.

—¿Tú crees?—se burló.

Pasé por su lado ya que se había quedado deteniendo la puerta, agradeciendo que no viviéramos en el último maldito piso del edificio mientras intentaba recuperar el aliento.

No es que yo tuviera una condición física del asco, que la tenía, es que el imbécil era verdaderamente insensible. No había visto a nadie subir tan rápido cuatro pisos en escaleras y, solo porque su padre nos esperaba abajo, no me salí en el segundo piso a tomar el ascensor por lo que había tenido que aferrarme a la barandilla con todas mis fuerzas para seguirle el ritmo.

Eso podía considerarlo un método de tortura.

No tenía la energía para murmurar una respuesta, o un insulto, solo lo seguí a su departamento como si fuera la cosa más normal del mundo. Él tampoco dijo nada cuando cruce la puerta de su departamento como si lo hubiera hecho mil veces antes porque, dado todo lo que había soltado abajo, que estuviera aquí era lo "normal".

—Cierra, por favor—murmuró antes de encaminarse a algún lugar de su departamento.

Hice lo que me pidió y observé el lugar.

Aunque vivíamos en el mismo edificio, en el mismo piso, nuestros departamentos no se parecían en lo más mínimo. Porque mientras que el mío era el reflejo de una persona que a duras penas podía organizar sus cosas, ya no íbamos a hablar de su vida, él suyo además de demostrar pulcritud era demasiado elegante.

Casi me dio envidia al ver cada rincón de la sala de estar porque se veía mucho más amplia que la mía, decorada con elegancia con varios cuadros de fotografías a blanco y negro en las paredes, una pequeña planta verde y que parecía estar bien cuidada junto a las puertas del balcón, unas que tenían también unas cortinas grises delicadamente recogidas a los extremos y que hacía juego con los sofás grises que se veían jodidamente cómodos.

Eran malditamente cómodos, como si estuvieran rellenos del más fino algodón del mundo, y por eso casi que me acosté en uno de ellos mientras pensaba en como lograría cambiar nuestros sofás sin que lo notaran cuando los que tenía yo eran amarillos.

Porque quería este sofá en mi vida.

Tenía unas macabras ganas de dejar marcada la suela de mis zapatos en sus paredes blancas solo como venganza. Seguro que eso si le importaría más que haberle dañado un polvo.

—Todavía estoy esperando—hablé con fuerza porque aunque su departamento era odiosamente envidiable, tenía el mismo tamaño del mío así que seguro me escuchaba desde la cocina—la explicación que me debes.

Dijo algo bajo que no pude escuchar antes de salir al umbral de la cocina, con los brazos cruzados sobre el pecho y sus ojos azules puestos sobre mí con diversión.

—No te debo nada, vecina—sonrió con suficiencia—. Hicimos un trato y tu aceptaste, si querías una explicación debiste pedirla antes.

En ese momento, las ganas de limpiar mis zapatos en su pared solo aumentaban.

Cuantos problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora