Cap.1. Sangre en la taberna.

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La noche caía sobre la pequeña ciudad de Garwil, la niebla comenzaba a inundar las calles que circundaban la taberna del Roble Borracho, la luna se ocultaba tras grandes nubes azures y se dejaba ver a modo de destellos cada vez que las nubes se lo permitían. Al tratarse de una pequeña ciudad, las tabernas no abundaban, por lo que el Roble Borracho era la que más jaleo de gentes tenía, en noches como esta, donde el mejor lugar para esconderse de la oscuridad era junto al fuego de la chimenea y una buena jarra de cerveza negra.

Dicho local lo regentaba un matrimonio de humanos, gente común, dedicada a su oficio y sin intereses en lo ajeno. El señor Paduck era considerado como el padre de la taberna, se le hacía caso en cualquier cosa, no había problemas en la taberna, y si ocurría alguno Paduck se encargaba personalmente en resolverlo de la manera más pacifica posible.

Las gentes de la ciudad lo consideraban como un santo, un ángel caído del cielo, otros en cambio no confiaban en su pulcra amabilidad y lo miraban con ojos desconfiados, temiendo que detrás de la faceta de santo se escondiese una identidad siniestra.

El desarrollo de la noche en la taberna se caracterizó por la habitual entrada y salida de los clientes, Paduck ya tenía mentalizada a la típica clientela, se conocía todos los horarios y casi todas la bebidas y comidas que los clientes iban a pedir esa noche. La carta de la taberna no es que se pudiese decir que fuese muy extendida, disponía de las típicas bebidas de la zona, donde destacaba la cerveza negra y el hidromiel, también se puede comer estofado, pasteles de carne y verdura, o las famosas gachas de Beri, la mujer del tabernero.

Paduck se encontraban limpiando una jarra de madera, preparándola para servir cerveza negra y llevarla a la mesa en la que se encontraba su amigo, el herrero de la ciudad, Frar, ubicada en la esquina izquierda de la taberna y la más próxima a la barra. Mientras la limpiaban y observaba el bullicio de gente que había en el local, notó que hacía rato que no entraban más clientes, cosa que era rara en esas horas. Pudo distinguir con el rabillo del ojo una situación que no estaba prevista en su esquema de la noche. Había dos mesas que estaban ocupadas por gentes que no conocía, en la mesa más cercana al herrero Frar se encontraban un hombre, por las pintas que traía consigo Paduck pudo deducir que o bien era un comerciante solitario o bien un viajero que pasaban de paso, pero lo que más intriga le dio de ese muchacho era que no estaba bebiendo cerveza ni ningún otro alcohol típico de la taberna, tenía puesto en la mesa un vaso de madera relleno con agua. Paduck sabía bien que nadie le pedía agua a menos que fuese para enjuagarse la cara a las primeras horas de la mañana. La gente siempre pedía o bien cerveza o bien hidromiel, el vino no era muy común por la ciudad de Garwil, era más común en las ciudades como la capital o las que la circundaban.

La segunda mesa, se encontraba más alejada de la barra, estaba en la parte derecha de la mitad de la taberna. Y en ella estaban sentados cuatro muchachos, de razas variadas pudo deducir Paduck, puesto que uno de ellos era de estatura baja y tenía los rasgos típicos de un enano, por otro lado, había dos hombres con la capucha puesta y bebían hidromiel de sus jarras, y por último se encontraba el elfo, envuelto en su gran capa élfica, comía, sin beber nada, un plato de estofado de verduras. El tabernero sabía que esos cuatro no eran de Garwil, no había muchos elfos o enanos en la ciudad, y los que había eran bien conocidos por las gentes. Seguramente fuesen un grupo de exploradores o mercenarios, aunque Paduck no pudo estar seguro ya que las armas estaban prohibidas en el local, y eran requisadas en la entrada por el primo medio lelo de Paduck, un hombre de gran tamaño y altura que pecaba de amabilidad y a veces era tratado con mucha malicia por parte de la gente de a pie que pasaba por ahí, sobre todo los niños pequeños, que se cebaban con el tirándole piedras y mierda de perro.

Las miradas de los cuatro integrantes de la mesa del medio estaban clavadas en la mesa donde se hallaba el solitario hombre con su vaso de agua. Los ojos de aquellos hombres denotaban una gran ira y un gran odio hacia su objetivo. En cambio, el solitario muchacho estaba sumido en el reflejo de su cara proyectado por el agua.

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