23 de marzo, 2021
Ser buena persona era un trabajo mal pagado, sobre todo cuando se estaba rodeado de imbéciles profesionales. Elena intentaba (de verdad que sí) solucionar todo con una sonrisa y destrozando todas las gomas de pelo habidas y por haber, si la situación la superaba a niveles catastróficos. También escribía insultos con muchas mayúsculas y colorines en el cuaderno. Hojas enteras, para ser más exactos. Pero esa mañana, después de entregar los ejercicios de Matemáticas y descubrir que el trabajo de Inglés lo haría con dos sabelotodo que no aguantaba ni borracha, no estaba de humor para pretender que quería ser buena con todo el mundo.
¿Estaba mal provocar una migraña a África, una de las sabelotodo inaguantables? Tal vez. Probablemente. Seguro. En su defensa, cosa que no tendría que hacer porque no pensaba mencionarlo a la terapeuta, África fue la gota que colmó el vaso a rebosar de su paciencia inexistente. Tuvo la osadía, en medio de la clase, de burlarse de sus camisetas estampadas (la de Daphne y Velma comiéndose la boca) y reírse, después, en susurros, mientras recogía, con Adrián, el otro sabelotodo.
—Putos progres que quieren meternos lo inclusivo hasta por el...
—Ya ves, qué asco dan.
Elena vio negro.
O rojo.
Sin embargo, no supo lo que hacía hasta que África se llevó las manos a la cabeza e hizo ese ruidito escalofriante que hacía cuando algo la asustaba (muy a menudo, casi siempre) o la pillaba desprevenida. A su lado, Adrián puso cara de estreñido mientras se sujetaba la cabeza. Elena se quedó boquiabierta, con la mochila a medio colgar y el corazón a mil por hora. Había sido ella, porque, segundos antes, al echar mano de sus gafas, había cruzado los dedos para que les reventara alguna neurona o lo que fuera. Por suerte, o por desgracia, no pasó. No hubo sangre por las orejas ni nadie cayó muerto dramáticamente al suelo, pero sí que África montó un buen espectáculo durante un rato.
—¿Qué pasa ahí? —intervino la de Inglés, más molesta que preocupada.
Ella se encogió de hombros.
Era consciente de que debería sentirse fatal por lo que había provocado, pero por más que lo pensaba (lo justo, para qué mentir) solo le salía sonreír con malicia, colocarse bien la mochila y despedirse con un «hasta luego», mientras Adrián ayudaba a África a ponerse en pie, pálidos los dos, como si acabaran de saludar a la mismísima Muerte en persona. Tal vez así era. A Elena le importó de poco a nada, porque nunca se había sentido tan poderosa y en control hasta ese momento.
«Juntas, podemos hacer maravillas».
Ella asintió de acuerdo.
¿Por qué no?
En general, no le costaba ser buena. Se había disculpado con muchísima gente (con Héctor fue súper fácil, el chico era un cacho de pan) y ya no mandaba a la mierda a la primera personita que aparecía pidiéndole ayuda con las tareas. Al contrario, hasta se había apuntado al grupo de tutorías, para ayudar a los más peques con las asignaturas troncales o con la corrección de trabajos. Pero seguía sin estar preparada para enfrentarse a su hermana y a Carlos, por más que se moría de ganas. Seguía en contacto con ellos, pero de manera puntual (correos, comentarios en Drive...) para enviarles sus partes del trabajo. Tampoco se veía capaz de hablar con Vero, por más que esta la saludaba con un gesto siempre que se cruzaban. No le entraba en la cabeza que la pelirroja no pudiera guardarle rencor, todavía recordaba cómo el color había abandonado su rostro ese día, cómo el silencio se había hecho un hueco en la habitación para asfixiar a ambas. Era superior a sus fuerzas.
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Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)
Teen Fiction"La chica que sentía demasiado, la que se convertía en Muerte y el chico que temía a las sombras. Estaban juntos, el resto no podría importarles menos". El internado la Gloriosa abre las puertas al nuevo curso escolar, uno repleto de secretos efímer...