108. Asumir las consecuencias

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Daniel

¿Cómo describir lo que siento ahora mismo? Es una jodida mierda, maldecí por lo bajo al ver que Marco abría la puerta y la verdad la cobardía fue más grande y me ganó, así es, me encerré en el puto baño del departamento negándome a asomar si quiera la cabeza para ver si mi padre venia o no por mí.

Pero claro ¿Cómo no iba a venir? Si desde aquí se sentía el escándalo que tenía afuera para que fuera yo a enfrentarlo. Admito que me pasé un poquito, que mandarlo a la china no estuvo bien ¿eh? Sin embargo, no me arrepiento de nada.

—Sal de ahí, Daniel.

—¡Me arrepiento de todo! —me contradije yo mismo lloriqueando al lado de la ducha.

¿Quién me entiende? El señor por supuesto porque Alex no sabe comunicarse conmigo, cree que las travesuras que a veces cometo o los errores tan diminutos son para fastidiarlo, algo de razón tiene, pero no del todo. Debe entender que soy un alma libre, un ave fénix que renace de las cenizas.

—Ave fénix ibas a ser —demonios, pensé en voz alta—, mejor enfrenta a tu propio padre Daniel Miller. Me tienes aquí con dolor de rodillas.

—Estas muy viejo, ¿lo ves? No deberías haber viajado hasta aquí.

—Te estas pasando muchachito —gruñó del otro lado—, ¿viejo, yo?

—Lamento mucho tu edad, de verdad.

—No estamos aquí para hablar de eso Daniel, abre.

—¿Quieres que te desbloquee para que estemos en paz? Si es así ya lo estoy haciendo —dije desesperado entrado a su chat.

—Mira que si te pasaste con tus mensajitos esos —me regañó—, ultima vez que te pido con buenas palabras que abras esta puerta.

—¿Para qué? Estoy muy cómodo aquí.

—Te lo advertí —unas llaves entraron a la cerradura de la puerta y el pestillo cedió. El pánico por supuesto me bloqueó.

—Papá que te estaba abriendo —fingí tomar el mango de la puerta—, nunca me dejas hacer nada...

—Ajá, abriendo estabas —me conoce tan bien que me molesta—, ¿se puede saber porque me estas evadiendo Daniel?

—¿Yo?

—Al cuarto, aquí no podemos hablar —dijo con una voz autoritaria que me hizo recapacitar al momento y dejar de decir idioteces.

No puede ir al jodido cuarto, entra y me corta la cabeza, tengo un par de botellas de cerveza desparramadas por el piso y unos cuantos cigarros que no son de los comunes para que entiendan.

—Hum, te entiendo papá —dije rápidamente y levantó la ceja confundido—, lo sé, soy un mal hijo, tal vez debí contestar bien y avisarte antes de que lo hiciera la universidad, perdón.

—¿Estás diciéndome ese discurso porque te quieres salvar de la zurra que te voy a dar en el cuarto?

Mierda, me descubrió.

—¿O realmente te estas arrepintiendo? —me probó, lo sé, si digo la segunda con desesperación va a notar que era una mentirita para calmar las aguas sin embargo me tuve que arriesgar.

—La segunda —bajé la mirada rezando para que me creyera—, de verdad...

—Aun así, no te estas salvando que quede claro.

—¡Papá! —lloriqueé para ablandarlo un poco—, ¡Me estoy arrepintiendo de corazón!

—Vamos al cuarto y me lo cuentas mejor.

Pequeñas travesurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora