Brianna
Irónicamente, los siguientes días luego de la fiesta, en los pasillos, el nombre de Aleksander Belikov había estado en la boca de todos; mientras murmuraban sobre su nueva relación, pero no junto al mío, sino al lado del de Kamilia Petrova.
Estaba sufriendo de una estúpida crisis del impostor y agradecía a los cielos que por fin fuera viernes. Alec se había ido a la mañana siguiente de la noticia de Kamila a Moscú y no había sabido nada de él en los días siguientes. No se había comunicado conmigo de ninguna forma y no me atrevía a admitir que tenía su número de teléfono para hacerlo por mi parte.
Tampoco iba a enviarle un mensaje a Elena con algo como: «Oye, ¿tu hermano no ha gastado una fortuna estos días en un anillo de compromiso?»
No solo iba a ser raro, sino también sospechoso.
Muy sospechoso.
—Si esto es demasiado para ti, pudiéramos continuar otro día, Brianna. —Miré a la mujer quien me había estado observando fijamente por casi una hora, como todos los jueves o viernes desde que había comenzado el último año escolar—. No olvides que puedes ser sincera dentro de estas paredes, ¿recuerdas?
Asentí con la cabeza, aunque no estaba segura de ello.
—¿Entonces puedo irme?
—Nadie te está obligando a permanecer aquí, pero sabes que te espero la próxima vez.
Mi terapeuta, la señorita Susan, había sido paciente, intentado por todos los medios que me abriera a ella con respecto a los problemas que estaba experimentando, pero por desgracia, ninguno de sus métodos estaba funcionado y no sentía la suficiente confianza para hablar con un completo extraño.
Era una mujer paciente, a veces me daba algo de charla contándome de cómo estaba llevando su embarazo y como, nuestro profesor de educación física, el señor Oliviera, estaba muy emocionado por su nuevo bebé.
Me aliviaba que pudiéramos cerrar la sesión de esa tarde, otro fin de semana se acercaba y seguro que Susan estaba más feliz de pasarlo con su familia, en vez de estar escuchando los dramas existenciales de una adolescente.
Me despedí como una sonrisa amable y me dispuse a caminar todo el trayecto de regreso a mi dormitorio, haciendo los típicos planes de lanzarme en mi cama a descansar y luego de un rato, tal vez, ver alguna clase romcom divertida con Kristal, si es que no se había ido a pasar el fin de semana a su casa.
Kamilia estaba haciendo mi vida un poco más miserable de lo normal con su ataque indirecto y estaba a nada de explotar. La mayoría del campus estaba desierto, ya que era uno de esos raros días donde autorizaban a todos a ir por artículos o provisiones al pueblo más cercano.
Por supuesto, una vez volvían, antes de que cayera el sol, a los grandes muros de San Jorge, todas sus compras eran puestas en revisión y no después de un exhaustivo proceso, eran ingresadas.
A pesar de ello, era el único momento en donde podían escapar de las gigantescas torres que nos rodeaban.
—Zorra. —Mientras caminaba, me detuve en seco a escuchar aquello en mi dirección—. Deberías ver por donde caminas.
—No perdamos el tiempo con una puta.
Abrí los ojos con confusión, al ver al par de chicas que acababan de pasar a mi lado, y que no, por supuesto que no, había tropezado con ellas por error, sino al revés. Habían chocado conmigo a propósito, golpeándome con algo de fuerza en el hombro.
Ni siquiera las conocía o estaban en mi clase como para atacarme por algo en específico.
¿Así sería todo de ahora en adelante?
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Psicosis: bajos instintos
JugendliteraturUna chica sumisa dispuesta a complacer. El chico más peligroso del internado queriendo saber hasta dónde pueden llegar.