Como primavera entrecortada

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Para Jolyne, el mundo se detuvo abruptamente cuando su padre soltó el último suspiro. El cuerpo de Jotaro fue arrastrado por las olas, con la cara destrozada. No pudo reaccionar al instante, como si no sintiera absolutamente nada por tanta conmoción. Hermes la tomó de la mano, se alegró de verla bien, Emporio le sujetó la zurda. Sentirlos cerca fue motivo suficiente para creer que todo estaba bien, aunque solo durara la fracción de un segundo.

Llegaron a la orilla, con los cadáveres arrastrando. Jolyne recordó la forma en la que su padre y Anasui dieron la vida por ella, confiados en que ella podría vencer.

Quería tanto agradecer a Anasui por su apoyo y sacrificio, incluso conocerlo mejor, de no ser por las circunstancias. Pero su padre era otra historia. Necesitaba resolver cuentas con él, hablar de una vez por todas para mermar la ira y melancolía de su alma. Tenía tanto por reclamar como por enmendar ese pasado traumático de abandono y soledad.

Y lo vió tirado en la arena, muerto. Fue allí que logró sentir todo de golpe. Gritó de impotencia e ira. Pucci le había arrebatado la oportunidad de recuperar la relación con su padre, las explicaciones y el tiempo por venir. Cayó en la arena junto a él, se aferró a su pecho y descargó su llanto, deseando que las cosas fueran diferentes. Más que nunca, necesitaba tenerlo cerca. Sentimientos de remordimiento crecieron en su corazón como un parásito, cada gramo de esperanza fue absorbido.

Hermes la tomó del hombro sólo para indicarle en silencio que estaba allí. Y lloró por la pérdida y el luto de su amiga. Emporio guardó silencio, completamente abrumado por tantos sentimientos ahogando a todos al mismo tiempo.

En los siguientes cuatro meses fue todo muy movido. La organización Speedwagon acogió a Jolyne, Hermes y Emporio para luego reubicarlos con un nuevo nombre. A pesar de que casi murieron salvando, todo lo que conocen y mucho más, las jóvenes seguían siendo fugitivas de la ley.

Jolyne se reservó sus emociones durante los siguientes meses, una tormenta mermaba en su alma hasta el fondo de su conciencia. Tanto por decir, ninguna palabra formulada. Tan abúlica, que ni a su madre ha de llamar por última vez. Simplemente, desapareció.

Los tres empezaron una nueva, juntos en una casa que prometía ser su nuevo hogar, en su pequeño rincón del mundo. Durante el primer mes estuvieron en ese proceso de adaptación lento, pero fructífero. Ambas tenían trabajo mientras que Emporio se quedaba en casa, estudiando todo lo que podía.

Una noche en su cuarto compartido, Jolyne se quedó mirando a la ventana en silencio reflexivo. La jornada laboral fue más amena de lo acostumbrado, la noche nunca se había visto tan hermosa. Emporio estaría afuera viendo insectos raros o en armonía con la brisa.

Pasó una estrella fugaz, tan efímera, pero toda tranquilidad se fue a la borda. Sólo eso bastó para recordar el día en que perdió a su padre, la aceleración del tiempo y el estar al borde de la muerte. Entonces, su corazón latió tan rápido como en aquel entonces.

Se apartó, golpeándose a sí misma para borrar de su mente tan horrible recuerdo, arrancarse del pecho el inmenso dolor de lo que no se pudo resolver. Quizás minutos o sólo segundos, pero aquel dolor fue tan intenso que el tiempo no tuvo sentido. Una interminable espiral de agonía y culpa que pensó jamás se iría.

No escuchó a Hermes llegar, pero sí la sintió tomar sus muñecas para contenerla. Aunque batalló por ser liberada, Jolyne pronto se rindió. Los golpes dados a su rostro fueron amenos a comparación de cómo estaba por dentro.

—¡Mi papá está muerto! —explotó con palpable sufrimiento— ¡Mi papá está muerto! ¡F.F, Weather y Anasui están muertos! ¡¿Por qué tuvo que pasar todo esto?!

—Linda... —Hermes logró rodearla con sus brazos. Jolyne se dejó consolar— Nada de esto fue tu culpa, que te quede claro. Hiciste lo mejor que pudiste.

Como primavera entrecortada {Jolyne Kujo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora