Tras una hora de expedición en la cueva, la linterna de Sara se rompió, y se vio obligada a seguir a ciegas la tenue brisa de aire proveniente de la salida. Acordándose de la caja de cerillas que llevaba en el bolsillo se apresuró a encender una, solo para revelar bajo la luz del fuego al hombre sin ojos que había estado soplando en su cara, adentrándola cada vez más en las profundidades de la cueva.