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El cielo estaba despejado y yo, como siempre, en punto neutro, hace tiempo que ya mis emociones pasaron a segundo plano, había dejado de sentir y emocionarme como antes. Estaba caminando en la acera del residencial con pensamientos vagos y ganas de hacer cosas que sabía bien que nunca haría.

La alarma de mi celular en el bolsillo de mis pantalones sonó, provocando que lo sacara para detener las vibraciones que este emitía: "ocho y media", faltaban treinta minutos para que mi madre regresara a casa, por lo cual esta era mi señal de volver.

Al llegar a casa, dejé el abrigo en la entrada y me quité los zapatos para empezar a limpiar la casa, debía estar impecable para cuando mi madre regresara y así lo hice. Al final, todo estaba en orden como de costumbre, no quería estresarme, así que opté por no recibirla con sus críticas y preferí subir a mi habitación. Encendí la radio al escuchar la puerta abrirse y me tiré a mi cama, me dejé caer sintiéndome incómoda, sin saber por qué, mi cama se había vuelto más pesada últimamente, me daba demasiado calor y por más que cambiara las sábanas seguían dándome esa sensación de acumular sudor.

De repente, sin previo aviso, comenzó una emisora diferente con otra canción.

"Tu voz me llama a las aguas... donde mis pies pueden fallar..."

Me levanté bruscamente hasta llegar a la radio, estaba a punto de apagarla cuando la canción se detuvo por sí sola.

―Buenas noches, mis queridos oyentes y televidentes que nos escuchan― se escuchó la cálida voz de una chica tras los parlantes.

―Bienvenidos a su podcast favorito― otra voz femenina continuó.

―"Un paso al cielo"― dijeron las dos al unísono.

Me detuve unos segundos e inconscientemente me senté en el tapete que estaba entre mi cama y el escritorio de mi habitación.

―Para los que nos escuchan por primera vez, este es un podcast dirigido a todos ustedes que están intentando acercarse más a Dios― informó la chica.

―O que simplemente tienen dudas en cuanto a Dios y su evangelio― continuó la otra.

―Yo soy Mar.

―Y yo Esther.

En ese momento me sobresalté en mi lugar al ver a mi madre abrir la puerta con tanta fuerza, o simplemente más de la necesaria.

―Ni siquiera has bajado a saludarme― me miró con una amplia sonrisa desde el umbral de la puerta.

Estaba de buen humor.

Me limité a regalarle una sonrisa y desviar la mirada.

―Recuerda que hoy es sábado por lo cual iremos a la iglesia.

No respondí indiferente, realmente desde hace unos años perdí el gran sentir por ir a la congregación, sin embargo no pienso discutir por eso, supongo que mi madre lo sabe desde que me alejé de la agrupación de danza y de los jóvenes de la iglesia.

Empecé a evitarlos y no asistir a sus reuniones fuera o dentro del templo, ¿que si creo en Dios? supongo que sí, pero no creo que Él sea parte de mi vida.

Luego de alistarme y llegar con mi madre a la iglesia, me senté en una de las primeras sillas que encontré vacías, la cual estaba hasta un poco más de la mitad del gran salón, sentía la mirada mal disimulada de todos, quizás por no asistir más que los sábados en las noches con mi madre o por los jeans sueltos junto con una camiseta blanca que permitía ver parte de mis hombros y mis accesorios en negro que portaba. Me dejé caer en la silla y recosté mi cabeza en la pared.

Encuentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora