Me levanté cuando mi madre llegó a casa. Se dio cuenta de que había estado llorando, pero optó por no decir nada, cosa que agradecí en ese momento. Me obligué a tomar una ducha con los ánimos por los suelos y bajé a cenar con mi madre para que no no sospechase más y no creciera su curiosidad.―¿Qué tal tu día? ―cuestionó llevándose la cuchara a la boca.
―Todo normal ―respondí encogiéndome de hombros. Conocía a mi madre, por su manera de mirarme sabía que tenía algo que decirme. ―Ya suéltalo ―pedí y ella suspiró, confirmando mis sospechas.
―Tu padre me ha escrito.
De inmediato dejé caer mi cubierto en la mesa, dejando en claro mi molestia.
―¿Y qué con eso?
¿Habrá preguntado por mí? ¿Qué me importa si preguntó por mí o no? Ese hombre no se merece el título de ser mi padre.
―Pasará el próximo fin de semana contigo ―anunció cuidadosamente, mirando mi reacción con cada palabra que salía de sus labios.
―No iré, no puedes hacerme eso ―reclamé con el nudo en mi garganta.
―No hay nada que discutir. Compartimos tu custodia y él cumple con la pensión, tiene derecho.
―¡Derecho de salir y entrar en mi vida como si fuese un par de zapatos! ―me molesté, levantándome de la mesa abruptamente. ―No lo veré y si es por su tonta pensión, dile que le devuelves su dinero, no lo necesitamos ―alcé la voz.
―Cuida tu tono, señorita, y más te vale que no discutas. Entiendo tu posición, tú entiendes la mía ―exigió.
Y con eso supe que no tendría ningún otro final la conversación, así que fui a mi habitación sintiendo cómo el nudo en mi garganta me superaba. Me dejé caer en la alfombra, a oscuras en mi habitación, y por segunda vez en la noche lloré desconsoladamente, esta vez con agonía, impotencia. No quería ver a ese señor.
Las lágrimas gruesas resbalaban de mis ojos mientras las secaba con brusquedad. No quería llorar por él, pero los recuerdos volvían a mi mente.
Mi padre siempre fue mi mejor amigo, mi confidente, hasta que no sé qué pasó. Empezó a faltar a mis recitales, ya no me buscaba después de clases y me dejaba plantada los fines de semana que le tocaba ir por mí. Recordar a la Jade de seis años que lloraba por su padre y a la Jade que prefirió no hacer fiesta de quince años para ahorrarse la carta de papá pidiendo disculpas por su ausencia y un extravagante regalo que no me gustara.
No sé en qué momento quedé entre sueños, pero lo siguiente que supe fue que Emily se encontraba en mi habitación. ¿Cómo había logrado entrar? Eso era lo de menos, tenía trucos para escabullirse hasta en un baño sin ventanas.
―¿Estabas llorando? ―fue lo primero que preguntó con una ceja enarcada, luego de que abriera los ojos tras sus parloteos.
―No ―la corté.
―Por favor, Jade, Lolo me dijo que parecías querer llorar cuando le dabas el disco, pero ¿aún sigues llorando? ―parecía ser ella la ofendida ante mis acciones.
―¿Qué haces aquí? ―cambié de tema.
―Ya son las diez ―anunció, prendiendo la pantalla de su móvil en mi cara para que viera la hora, cosa que no hice por quedar cegada a causa su luz.
Estaba por decirle que no iría con ella, pero miré a mi alrededor. Lo último que quería era estar en ese lugar y recordar cómo me siento, así que le pedí unos minutos para cambiarme y me puse unos jeans sueltos negros con una correa del mismo color. Un top rojo cubría mis pechos, no tenía tirantes, por lo que flotaba en el medio. Luego de tener unos Converse negros que llegaban hasta más arriba de mis tobillos, me solté la trenza que traía y dejé mi pelo ondulado caer por mis hombros.
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Encuentro.
Romance''¿Existe el amor? No, no quiero que piensen que necesito amor. ¿Podré yo amar a alguien sin lastimarle?'' Jade prefiere evitar las preguntas que encontrar las respuestas, prefiere esconderse antes que luchar o siquiera correr. Decidió jugar un jueg...