No es lo que esperaba de un norteño, fue lo primero que le vino a Valkiria a la mente cuando pudo por fin observar al joven de arriba abajo. Ni rastro de las facciones duras y cuadradas que siempre había oído que tenían, ni de la silueta enorme y corpulenta, ni de la larga barba enmarañada -estereotipo que había sido alimentado por el hecho de que el único norteño al que conocía, uno de los maestros de la Academia, se ajustara increíblemente bien a él-. De hecho, el chico en cuestión era todo lo contrario a eso: un poco más alto de lo normal para un varón de su edad (que sería más o menos la misma que la de ella) y, a juzgar por cómo le quedaba la ropa, más bien esbelto. No había ni un solo vestigio de vello facial en su piel pálida como la nieve, y los rasgos de su cara eran finos y delicados, casi... casi élficos, pero eso no era posible. Ninguno de los innumerables reinos del Norte mantenía una buena relación con los elfos, ni siquiera con los habitantes de Futhark o con el Imperio Isio. Lo que sí parecía indicar que el joven no mentía sobre su procedencia era su ondulado cabello negro, que llevaba bastante corto. Valkiria pensó que era una pena que le cubriera la parte superior de las orejas. Quizá sonara estúpido, pero quería ver si eran puntiagudas.
Sin embargo, nada le llamó más la atención que sus ojos. Unos extraños ojos formados por vetas de matices violáceos, amatistas y lilas, colores en absoluto naturales, al menos entre los humanos.
-Bien, ahora que ya estamos todos aquí... -carraspeó el padre de la chica dirigiéndole a esta una mirada de reprobación por su tardanza-. Valkiria, este es Arskel, anterior heredero al trono de las Islas de la Serpiente. Y su dragón, Ragnarök. -Durante unos breves instantes, tan efímeros como el aleteo de un colibrí, pareció que el hombre componía una expresión extraña, casi de desagrado-. El Consejo de la Academia ha decidido que lo mejor será que forme parte de vuestra brigada, así que tus compañeros y tú os encargaréis de enseñarle los alrededores y guiarle en los primeros días.
Pero lo único que tenía cabida en la mente de la muchacha en aquellos momentos eran dos misteriosas palabras. Anterior heredero..., se repitió, imaginando todos los significados que aquella combinación de letras podía tener. Fantaseó con la posibilidad de que fuera un príncipe que había renunciado a sus derechos sobre la corona, jugó con la idea y extrajo conclusiones, pero algo, tal vez el sentido común, le decía que se trataba de una razón mucho más oscura. Uno no abandonaba la promesa de una vida regia solo para ir a ver mundo.
Al tiempo que reflexionaba sobre tales presagios, trató de situar las Islas de la Serpiente en un impreciso mapamundi mental. Estaban a unas doscientas leguas al noreste de donde se encontraban ellos en aquellos momentos, si no le fallaban los cálculos.
Casi no se dio cuenta del momento en que el chico extendía la mano hacia ella. Se la estrechó distraídamente y le indicó con la barbilla que la siguiera. Mientras se encaminaba hacia las cuevas que servían como establo para los dragones, se volvió hacia su padre y se despidió de él con un seco gesto de la mano.
Las cavernas no se encontraban muy lejos de allí. Tardaron poco en llegar a ellas, pero fue suficiente para que a Valkiria le diera tiempo a empezar una conversación. Le preguntó cosas bastante triviales al principio: de dónde venía exactamente, cuántos años tenía... pero después mostró curiosidad por otros asuntos.
-¿Cuánto hace que te marchaste de las Islas? -La muchacha le condujo hasta uno de los establos dentro de las cuevas y le indicó que pasara. La construcción constaba de una cabaña de madera simple en la que apenas cabían más de tres personas. Servía de almacén para las sillas de montar, las armaduras de combate y demás equipamiento para los reptiles alados y sus jinetes. Junto a ella había un recinto vallado al descubierto en el que se encontraban los dragones de la brigada.
Él esquivó la mirada de la chica, desató las cintas de cuero que ajustaban la silla al lomo del dragón negro y la retiró. Valkiria observó que era basta y, a juzgar por su aspecto, bastante más pesada que las monturas tradicionales futharkis.
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El ladrón de dragones
FantasyCayn no es más que un ladrón hasta que la vida le pone delante el botín más valioso que pueda imaginar: un huevo de dragón. A cientos de leguas de distancia, el príncipe Arskel, heredero del trono de las Islas de la Serpiente, es exiliado y despoj...