38. Ni la sombra de lo que fuimos.

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NARRA PABLO

Los días pasaban, pero no con ellos el dolor, que ojalá fuera así. Todo iba de mal en peor. Hacía una semana ya desde que Claudia perdió al bebé, y desde ese momento y su "te odio" no habíamos vuelto a hablar. No me había dejado estar cerca de ella ni un solo segundo, si yo entraba en la misma habitación que ella, se iba o se alejaba todo lo que podía. 

Vivíamos en la misma casa, sí, pero no dormíamos juntos, no comíamos juntos, aunque bueno, creo que ninguno de los dos casi que hacía esto último de por sí. Se estaban quedando en nuestra casa esos días Sira y Pedri para acompañarnos y ayudarnos desde que a ella le dieron el alta hace tres días. Yo estaba de baja en los entrenamientos hasta la semana que viene, y Claudia tenía 15 días aún por delante. 

Ella, por su parte, no había a penas reaccionado desde aquel día, solo la escuchaba llorar. Sira dormía con ella, porque había desarrollado un miedo irracional a la noche, se levantaba con pesadillas, llorando y gritando, pero no me dejaba estar allí. 

Cada vez que eso pasaba, Pedri y yo, que dormíamos juntos también nos despertábamos y, aunque yo intentaba correr a verla e intentar tranquilizarla, mi amigo lo impedía e iba él. Claudia lo había pedido así, no quería verme, no estaba preparada. Esa era una de las razones por la que nuestros amigos no se despegaban de nosotros, siempre, al menos uno de ellos estaba allí, o si no mi hermana, por si alguno necesitaba algo. 

Eso me tenía el corazón destrozado, casi tanto como la pérdida de mi hijo. Yo no estaba bien, lo sabía y, aunque no lo hablaba mucho, lloraba todas las noches en silencio, o eso intentaba al menos, no quería molestar a Pedri. 

Esa noche no estaba siendo diferente, yo no podía dormir, me encontraba fatal, solo quería volver con ella, abrazarnos y prometernos que íbamos a estar bien, entre nosotros y por separado. Pero eso era imposible, ella me estaba apartando completamente de su lado y no estaba comprendiendo mi dolor, qué era lo peor de todo y lo que más me hacía estar así. 

Yo sabía lo mucho que ella sufría e incluso no le estaba guardando rencor por lo que me dijo, sabía que el momento la había superado y no pensó bien antes de hablar. Pero me jodía que, después de una semana, no hubiera sido capaz ni de ponerse en mi piel por un segundo. Joder era mi hijo, era mi bebé también, yo me tuve que despedir repentinamente también de la vida que pensaba que estábamos construyendo en común. 

Me levanté y fui a la habitación de Martín, porque así iba a llamarse, Martín, lo habíamos decidido tres días antes del suceso. No podía parar de imaginarle, incluso veía su cara en mis sueños. Parecía todo tan real que a veces me despertaba asustado y con más ganas de llorar aún. 

Todos los muebles estaban allí, en las cajas empaquetados. No nos había dado tiempo de sacar nada más que la cuna, que estaba a medio montar. Recuerdo que el día antes del... del aborto, Pedri vino a casa por la mañana y al verla decidió muy ilusionado que él me iba a ayudar. No nos dio tiempo de dejarla montada completa antes de ir a entrenar, y así se quedó, no tuvimos otra oportunidad para terminarla y dejarla lista.  

Me senté en el suelo cerca de la cuna y puse mis rodillas a la altura de mi pecho, apoyando la cabeza sobre ellas. No quería dormir, porque eso significaba que seguramente le imaginaría, y no podía con ese dolor más tiempo. Ver cómo podría ser nuestra vida con él en brazos solo me hacía daño. Me quedé mirando a la nada un buen rato, sabía que estaba torturándome a mí mismo estando allí, solo, en mitad de la noche, pero no pude evitarlo. 

Dos horas después, eran ya casi las 5 de la mañana, decidí bajar un rato a la terraza, necesitaba que me diera el aire, y eso iba a ser fácil saliendo a la calle. Estaba agobiado y quería gritar todo el rato, gritar que yo también estaba mal, joder, que estaba sufriendo como un desgraciado e iba a necesitar ayuda para recomponerme. Pero todo se complicaba cada día un poco más, y yo lo veía aún más negro. 

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