9. La esquina de mi laberinto.

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Esperaba a Flynn apoyada en la valla exterior de madera de mi casa, ese día había previsión de lluvia, por lo tanto, llevaba un paraguas en la mochila, a menudo hay que ser precavidos y más si odias con toda tu alma volver a casa empapada.

El cielo estaba tan tapado y gris que parecía casi de noche, aunque para los habitantes de esta ciudad era como un día de cada día.

—Buenos días, eres tan madrugadora como siempre.

Sonreí al escuchar al fin su voz.

—Buenos días, aunque parece que el mundo se vaya a acabar hoy.

—¿Por qué lo dices?

Señalé al cielo y hizo una mueca.

—Joder, qué mal rollo.

Me puse a su lado y pusimos rumbo un día más hacía nuestro destino.

—Toma.

Me extendió un enorme cruasán de la bolsa que llevaba en las manos, luego sacó otro y se lo metió en la boca.

—¿Y esto?

—Mi madre ayer los compró para que pudiésemos desayunar mientras íbamos a clases. Sabes, se preocupa más por ti que por mí.

Probé el cruasán y tuve que parar de masticar unos segundos para admirarlo, era la cosa más increíble que mi paladar pudo haber probado nunca. Era una explosión de todos los sabores que alguien podría meterse en la boca y el caramelo que lo recubría adornaba tan bien mis papilas gustativas que quería, no, necesitaba que aquel momento fuese infinito.

<< ¿No es raro que su madre compre cruasanes para ti?>>

Es su hijo y habrá pensado en que él podría compartirlos con alguien.

Estuvo trayéndome cruasanes durante los siguientes días, iba variando con los sabores, pero normalmente eran con caramelo, mis favoritos.

Tenía que agradecérselo a su madre lo antes posible, estaba empezando a sentirme mal por el esfuerzo que hacía de comprar cada mañana el desayuno.

Volvía a esperar a Flynn, me había puesto una falda más corta de las que me solía poner, normalmente las llevaba por debajo de las rodillas, a veces estaba bien salir de mi zona de confort, no es que me encantase pero era uno de los días en los que me veía bien con mi ropa.

<<Eso pasa poco ¡Así que a aprovechar!>>

Llevaba por dentro de la falda una sudadera negra que Flynn me había regalado con la excusa de que a él se le había quedado pequeña, no era un chico que tuviese muchísima ropa, no solía despegarse de su chaqueta de cuero y si lo hacía era motivo para preocuparse.

—Hostia pu...

Me di la vuelta para verle y estaba completamente rojo.

—Estas...

—Estoy.

Continué su frase algo confundida por su reacción.

—Joder Lili, estás demasiado guapa, tendré que asesinar a muchos chicos, porque enamorarás al primer paso que des.

Sonreí con orgullo dejando que me pasase de nuevo esa bolsa de papel que contenía nuestro mítico cruasán mañanero, nunca me cansaré de ellos, ese gusto dulce en la boca con una masa blandita y crujiente a la vez.

—Gracias, Flynn.

Me miró extrañado mientras le pegaba un enorme bocado a su cruasán, dar las gracias tan de sopetón no era algo que la gente hiciese a menudo, yo incluida, pero hoy me sentía con ganas de hacerlo, sobre todo con él.

Inefable Libro uno (concluida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora