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Mini maraton/3



Estaba en el umbral de la puerta del instituto, me encaminé para llegar a mi curso pero Emely no me lo permitió.

—¿Me podrías decir qué te pasa?— bramó cruzándose de brazos. A diferencia de los demás días, me sentía relativamente emocionada.

La noche anterior había estado con los amigos de Eduin, y este oró por mí, cosa que al principio fue extraña y al terminar con los ojos aguados incómoda. Nos despedimos una buena noche y desde entonces no he vuelto a saber de él.

—No quiero discutir y no pienso explicarme, preferí no ir y punto.

—Te has comportado como una tremenda idiota, Jade. —espetó tratando de causar algo en mí que no logró.

—Estás viéndote muy patética en estos momentos— me crucé de brazos.

—No, tú luces como una patética, solo mírate— me dio una corta mirada de pies a cabeza antes de volverse a centrar en mí. —Te di mi compañía cuando no tenías nada, no soy la patética que intenta fingir que una vez fue cristiana y se arrepiente de las cosas que hace para volverlas a hacer. Yo estoy con los pies en la tierra y sé que soy pecadora, y lo acepto— me gritó dejándome helada en medio del pasillo.

Sentí como una punzada se depositaba en mi pecho, sus palabras habían dolido bastante. La campana sonó anunciando que la primera clase comenzaba, y yo me quedé inmóvil en medio de todo el pasillo. Luego de un tiempo, el cual no medí, me dirigí a un baño y me encerré allí por al menos las primeras tres horas de clase. No lloré, no lo haría, no quería hacerlo y darles el gusto tanto a ella como a mis pensamientos.

—Dios— murmuré en un sollozo que dejó escapar una lágrima sin previo aviso. Solo fue eso, una lágrima. No salieron más tras de ellas a pesar de sentir cómo mis ojos picaban.

Decidí retomar mi día e ignorar la presencia de Emely en algunas materias y evité pasar por los pasillos que concurríamos juntas para no cruzarme con ella. Las clases concluyeron con una Jade abatida, no tenía los mismos ánimos con los que había ido en la mañana de ese día. Al llegar a casa, subí a mi recámara en total silencio, evitando a mi padre.

Él había cumplido su promesa de no molestarme, y me alegraba eso. No había tenido contacto con mi madre desde mi derrame de cólera sobre ella, y no me atrevía a escribirle. Me di una ducha de agua bastante fría y peiné mi pelo en una trenza pegada con unos cuantos mechones de mi pelo rizo saliendo por mi frente y costados de mi cabeza. Almorcé en silencio en mi habitación e intenté orar por los alimentos, cosa que descarté con solo cerrar los ojos.

Estaba reposando en el ventanal de mi habitación; había empezado a llover a cántaros. Odiaba ese clima húmedo, me obligué a salir de mis pensamientos al escuchar a Lea tocar la puerta de mi habitación.

—Señorita Jade, Eduin la está esperando abajo — reveló sin rodeos y con una pizca de molestia al hablar.

—Pero si está lloviendo a cántaros.

—¿Quiere que le pida que se vaya? — preguntó con sarcasmo.

Y tenía razón, estaba lloviendo muy fuerte para que se fuera. Respiré hondo antes de terminar de bajar las escaleras; no quería contagiarle mi mal humor, me vería demasiado bipolar tomando en cuenta mi actitud cambiante con él. Al llegar al salón, encontré a Eduin envuelto en una toalla blanca, levemente mojado. Se quitó la toalla y empezó a secar su pelo, permitiéndome ver cómo la camiseta gris que llevaba puesta se pegaba a él en algunas partes por su humedad.

—Lamento ser tan inoportuno, pero la lluvia me sorprendió a medio camino de mi casa, y tu casa era la más cercana — informó agitado.

—Descuida.

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