Adán miró a Poseidón con ternura. Estaban en el Jardín de Edén, un lugar único que los dos habitarían para siempre. El aire estaba cargado de aromas y olores, como el de la menta, el cedro y el sándalo. Los árboles eran tan altos que sus ramas llegaban hasta el cielo. El sol apenas se atisbaba entre las ramas, pero el calor y la luz brillaban como si los rodeasen.
Poseidón extendió su brazo para tomar la mano de Adán.
-Es increíble, ¿verdad? -dijo Poseidón con una sonrisa.
Adán asintió con la cabeza.
-Sí, es una maravilla.
Los dos caminaron entre los árboles, pasando entre los matorrales y arbustos. Los sonidos de la naturaleza eran un dulce susurro que les envolvía. Se sentían afortunados de haber encontrado ese lugar tan especial.
-Es difícil creer que estamos en el Jardín de Edén -dijo Adán.
Poseidón sonrió al escuchar esas palabras.
-Sí, es mágico -dijo, y luego levantó la mano para acariciar el rostro de Adán-. ¿Sabes? Desde que te conocí, he tenido la sensación de que ésta era nuestra casa.
Adán sonrió y asintió. Sus ojos brillaban mientras miraba a Poseidón con cariño.
Continuaron caminando por el Jardín, disfrutando de la compañía mutua. Se detenían a mirar los animales y escuchar sus cantos y llamados. Hablaban de todo, desde sus vidas pasadas hasta los cambios que cada uno había experimentado desde entonces. Hablaban de sus sueños y de los deseos que albergaban para el futuro.
Llegaron a un estanque de aguas cristalinas que se extendía hasta el horizonte. El sol se reflejaba en él, creando un espectáculo de luz y color. La hierba, un color verde brillante, cubría el suelo. El cielo se veía perfecto, sin ninguna nube.
Poseidón se acercó un poco más a Adán y lo abrazó.
-Es hermoso -dijo, mirando el reflejo del sol en el agua-. Este lugar es perfecto.
Adán sintió una tranquilidad y una paz profunda al estar abrazado a Poseidón. Se recostó en su pecho, escuchando su rítmico latido. Él también se sentía perfectamente a salvo.
Un poco más allá, los dos vieron una pareja de cisnes blancos que se acercaban al estanque. El aire se llenó de sus cantos.
-¡Oh! -exclamó Poseidón, sorprendido-. ¡Cisnes!
-Sí, son preciosos -dijo Adán, mientras contemplaba a los cisnes con una sonrisa.
Los dos se acercaron al estanque para verlos de cerca. Los cisnes se quedaron allí, nadando en círculos y cantando. Poseidón abrazó a Adán y lo besó tiernamente.
-No podría ser más feliz que ahora.
Adán asintió y susurró en su oído:
-Yo también.
La pareja volvió a caminar por el jardín, hablando de sus planes para el futuro. Después de un tiempo, llegaron a un pequeño claro que parecía un paraíso terrenal. Era un lugar ideal para el descanso, con una suave brisa que acariciaba su piel.
Poseidón se sentó en una losa de piedra que había cerca de allí, con Adán a su lado. Se abrazaron y disfrutaron de la tranquilidad del lugar. El sol se ponía en la distancia, dejando un hermoso color anaranjado que se reflejaba en el agua del estanque.
-Es un momento de ensueño -dijo Poseidón.
-Sí -asintió Adán-. Me recuerda a nuestros primeros días en el Jardín.
-Sí -dijo Poseidón, con una sonrisa-. Muchas cosas han cambiado desde entonces.
-Sí, muchas cosas han cambiado -dijo Adán, mirando a Poseidón con cariño-. Pero el amor que hemos compartido sigue siendo el mismo.
Poseidón le tomó la mano y la besó suavemente.
-Es cierto -dijo-. El amor siempre será el mismo.
Los dos se abrazaron y miraron el horizonte, contemplando la hermosa puesta de sol. El silencio era total, como si el mundo entero los observara disfrutando de ese momento. Estaban seguros de que nada podría romper ese momento de amor y felicidad.