Retribución

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Nota:
La imagen no es mía. Repito: La imagen no es mía.
Si alguien sabe quien es el autor(a), avíseme por favor para poner el crédito.

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Volar a lomos de Vhagar era una experiencia completamente diferente a hacerlo sobre su propio dragón.

Esa mañana, Aemond lo había sorprendido buscándolo en sus habitaciones antes que los sirvientes llegaran a ayudarlo a vestirse y lo había invitado a acompañarlo a la Colina de Rhaenys en donde su dragona había construido su nido fuera del Pozo Dragón y donde a menudo Arrax la acompañaba. Lucerys había aceptado la invitación de su prometido con alegría y juntos se habían dirigido hacia el lugar compartiendo el caballo de Aemond como ahora solían hacerlo cada vez que salían juntos de la Fortaleza Roja.

Una vez llegaron y desmontaron, Lucerys se sorprendió cuando, al intentar dirigirse a su dragón y montarlo, Aemond lo detuvo, guiándolo hacia su propia dragona y ayudándolo a ponerse las muchas correas que él solía usar cuando la montaba.
Lucerys debía confesar que había estado algo nervioso por el gran tamaño de aquella bestia pero confiaba en Aemond, y si él decía que no le pasaría nada, Lucerys le creía.

Una vez Aemond terminó de amarrarse también a la silla, dio la orden a su dragona e inmediatamente esta comenzó a caminar preparándose para alzar el vuelo, estirando sus grandes alas. No queriendo quedarse atrás, Arrax comenzó a seguirlos volando con rapidez y jugueteando con la gran dragona.

Pronto Lucerys perdió el miedo, maravillado por la forma tan distinta de volar que tenía la montura de su prometido, extasiado con las vistas de la ciudad, tan distintas de cuando sobrevolaba con Arrax, mientras sentía a su prometido pegarse más a su cuerpo, sujetando las riendas y permitiéndole disfrutar del paseo.

Los ciudadanos de Desembarco del Rey vieron volar a los dragones con la misma placidez de siempre, pues si bien antes habían temido a la gran bestia verde del Príncipe Targaryen, ahora ya se habían acostumbrado a su constante presencia, así como a ver al pequeño dragón perlado que siempre revoloteaba a su lado.

A diferencia de los habitantes de la ciudad, en la Fortaleza Roja no comprendían cómo los príncipe Targaryen y Velaryon habían llegado a tal punto de confianza como para pasar muchas de sus horas juntos. Si bien el rey había ordenado el compromiso de sus hijos con los hijos mayores de su heredera como una medida para unir a ambas facciones que sabía se disputarían el trono después de su muerte, las madres de ambos príncipes no comprendían en qué momento sus hijos habían comenzado a llevarse bien.

Antes, por ejemplo, hubiera sido impensable ver a Aegon despierto desde muy temprano y acompañando aJacaeryd en las reuniones del Consejo Privado, aprendiendo sobre sus futuras labores como rey consorte, para después pasar horas encerrado en la biblioteca con los maestres. Y si bien el joven había abandonado por completo sus entrenamientos en el patio de armas, a menudo visitaba el lugar para observar a su prometido entrenando con su padrastro y su hermano.

La reina Alicent había sido la más sorprendida por ese cambio de actitud de su hijo mayor, pero no había tardado en ir al Septo a agradecer a sus dioses por el nuevo comportamiento de su primogénito. Estaba segura de que Aegon se desempeñaría bien al lado de Jacaerys, aunque el rubio ya había puesto en su sitio a su abuelo cuando insinuó que una vez Jacaerys fuera rey, sería fácil derrocarlo t poner al mejorado Aegon como gobernante.

Pero en el caso de Aemond, nadie podía explicarse qué es lo que había sucedido para que el rubio dejara su rencor por haber perdido el ojo y llevarse de maravilla con aquel con quien muy pronto se casaría. Lo único que se sabía era que una tarde el príncipe regresó de volar con su dragona bastante tarde y los pocos que lo vieron cruzando los salones de la Fortaleza con su prometido en brazos notaron su rostro desencajado, pero nadie se atrevió a preguntarle nada por miedo a que tuviera una de sus clásicas reacciones violentas, a la vez que lamentaron que una persona tan dulce como lo era el Príncipe Lucerys estuviera comprometido con alguien como él.

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