Sorpresas.

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Sara saludó a los transeúntes que recorrían la ciudad junto a ella, ocupados por sus propios asuntos yendo de acá para allá. Inazuma siempre está ocupada, como cualquier nación, donde las responsabilidades por cuidar las tierras de la eternidad no dan cabida para el descanso en ningún día ajetreado.

Y con el demandante puesto que ejerce en sus hombros, la tengu no es la excepción a la regla. Tiene un ejercito que disciplinar, una nación que proteger, y un cargo del que debe mostrar ser digna ante el pueblo y, más importante, la todopoderosa Shogun. No hay cabida para descanso en su agenda.

Ni siquiera en este día.

Solo sigue su patrullaje matutino antes de que el sol se oculte, atenta a cualquier comportamiento sospechoso. Con suerte, también así se desharía de esos deseos egoístas. Con eso y sus entrenamientos, siempre lograba disiparlos. Entonces, ¿Por qué ahora no se iban?

Siguió caminando mientras algunos le saludaban con cortesía, pero no iban más allá de un "Buenas tardes." "General." o poco más. Era lo normal, sin embargo, muy, muy en el fondo, esperaba un par de palabras más. Sin tener ni idea de cuáles exactamente. De quien sea, tal vez, algo.

O, pensándolo detenidamente, alguien.

Sacudió la cabeza para aliviar su dura expresión. Pues si alguien lo notaba, podría suponer que había algo realmente muy mal. Qué tonterías; debía cumplir sus objetivos diarios y estaba hundiendo la mente en nimiedades. Eso es lo que diría su padre también, si aún estuviera aquí. Puede imaginarse lo que él diría si la ve perder el tiempo así.

De ese modo fue toda su vida. Con la mente enfocada únicamente en su entrenamiento a instrucción de su figura paterna, sin dar espacio a este tipo de cosas. Aunque ya estaba acostumbrada, sí... Más no por ello tan conforme por aceptar ese hecho actualmente.

Por pequeño que fuera, por más que se lo negara a sí misma, deseaba que sucediera algo por esta ocasión especial. Bueno, tal vez con una persona, pero no tenía ninguna forma de llegar a él en este momento; donde sea que se encuentre en las vastas tierras de Teyvat.

Ella dejó de caminar, apoyando sus brazos en un barandal a orillas del final de la ciudad principal. El sonido del viento acariciando las facciones de su rostro guerrero la atormentaron con más de esos anhelos egoístas. Como si el arconte Anemo se encargara de recordarle a él. Lo mucho que deseaba que estuviera para hacerle compañía hoy. Sin embargo, ni en un millón de años querría quitarle esa libertad solo por algo como eso. Tampoco quería ni debía llegar a ese punto.

Más ahora, el sol también se escapaba de ella. El manto de oscuridad que atraía la noche desvaneció poco a poco los brillantes colores del ocaso. Tan solo una parte del sol, pequeña, tímida, insistía en asomarse, quedarse ahí como el último rayo; el último de esperanza.

Su carril de pensamientos se esfumó tan pronto escuchó un llamado a ella.

—¡General!

Sara ladeó la cabeza para encontrarse a uno de sus soldados —Uesugi, ¿Qué ocurre?— Preguntó al ver su comportamiento agitado.

—Parece haber algún tipo de conflicto urgente en la Isla Amakane. Me pidieron que viniera a avisarle urgentemente.

Suele ser la principal fuente de festivales, no sería un lugar en el que ocurriera un grave problema. Salvo los accidentes con la pirotecnia o una disputa entre visitantes. Entonces, ¿Por qué la necesitarían?

—¿Sabes el motivo del llamado?

—Solo me dijeron que se lo notificara inmediatamente. Parece realmente importante y solicitan su presencia.— Fue toda la explicación del hombre. Sus ojos serios que la miraban fijamente.

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