Capítulo 7 - Entre Luces y Sombras

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La noche envolvía el castillo de Lumaria con su manto oscuro y estrellado. Isabella, incapaz de conciliar el sueño, se deslizó sigilosamente por los pasillos, decidida a liberar su mente de los pensamientos que la atormentaban. El destino la llevó hacia una pequeña ventana en la muralla, desde donde se podía vislumbrar el resplandor del pueblo en la distancia. Curiosa y anhelante por un breve momento de libertad, Isabella se envolvió en una capa oscura y se aventuró hacia el pueblo, incógnita entre los habitantes. A medida que se acercaba a la plaza principal, la visión que se presentó ante sus ojos la dejó sin aliento.En medio de la plaza, dos hombres eran arrastrados hacia las celdas del calabozo, sus manos atadas y sus rostros cubiertos de angustia. Las voces de la multitud resonaban con odio y desprecio, mientras los acusaban de un amor que la sociedad consideraba una aberración. Isabella se aferró a su capa, su corazón palpitando con dolor y desesperación. Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos al presenciar el sufrimiento de aquellos cuyos corazones no conocían los límites impuestos por la intolerancia y el fanatismo. Desesperada por entender la gravedad de la situación.

– Disculpe, buen hombre – le preguntó Isabella con voz temblorosa – he presenciado el arresto de dos hombres en la plaza y me preguntaba cuál sería su destino.

El hombre la miró con dureza, evaluando su apariencia y determinando si era digna de su confianza.

– Mi señora, lamento decirle que el destino de esos hombres es la hoguera. La iglesia considera sus actos un pecado imperdonable y el castigo por tal ofensa es la muerte en el fuego.

Un escalofrío recorrió la espalda de Isabella mientras absorbía la terrible realidad de sus palabras. El corazón de Isabella se llenó de indignación y tristeza. Cada vez más convencida de que su deber era casarse con William, se preguntó si su matrimonio podría ayudar a cambiar esas injusticias. Pero también temía las consecuencias que sus propios deseos y luchas internas podrían tener para aquellos que amaba.

– Gracias, buen hombre – dijo Isabella con voz entrecortada.

El caballero asintió en silencio.

Con el corazón encogido pero con una nueva convicción en su ser, Isabella se alejó y regresó al castillo. Sus pensamientos se entrelazaron con las palabras del hombre, el destino de aquellos hombres y su propio compromiso con William. En ese momento, la princesa se dio cuenta de la cruel realidad en la que vivía. La iglesia y la sociedad dictaban las normas, imponiendo castigos terribles a aquellos que desafiaban la heteronormatividad. La represión y el miedo se habían convertido en el precio que se pagaba por amar a quien el corazón deseaba. El fuego del conflicto interno ardió en el pecho de Isabella. Su mente se debatía entre la atracción que sentía por Victoria y las expectativas que la sociedad y su propia familia había depositado sobre ella. Una parte de ella anhelaba la libertad y el amor verdadero, pero otra parte se aferraba al deber y a la obediencia. Con una mirada resignada y decidida, Isabella cerró los ojos y juró a sí misma que seguiría el camino trazado para ella. La iglesia estaba en lo correcto, pensó, y debía cumplir con su compromiso matrimonial con el príncipe William. Era su deber y su responsabilidad como futura reina.

Al amanecer, Isabella regresó su habitación, encontrando a su doncella, Emily, esperándola con preocupación.

– Mi señora, ¿dónde has estado? – preguntó Emily con voz ansiosa. – He estado preocupada por su seguridad.

Isabella exhaló lentamente, tratando de disimular la tormenta emocional que la consumía.

– He necesitado un tiempo a solas para aclarar mis pensamientos, Emily. Debemos acelerar los preparativos de la boda con el príncipe William.

Emily la miró con sorpresa, pero rápidamente recuperó la compostura.

– Entiendo, mi señora. Haré los arreglos necesarios para que todo esté listo lo antes posible.

Isabella asintió, sintiendo cómo su corazón se endurecía con cada palabra pronunciada. Mientras se preparaba para enfrentar el día y sus tareas reales, Isabella se prometió a sí misma que sería una buena esposa para William, que cumpliría con su deber sin vacilar. Intentaría encontrar la felicidad en el camino que se le había trazado, a pesar de las sombras que amenazaban con consumir su corazón. El sol se alzó en el horizonte, arrojando su luz sobre el castillo y sus habitantes. Isabella, ahora con una máscara de serenidad y determinación, salió de su habitación para enfrentar las tareas que le esperaban. El destino había trazado su camino, y ella se había resignado a seguirlo. Pero en lo más profundo de su ser, Isabella sabía que había sacrificios y renuncias que la acompañarían en ese viaje. Los ecos de su encuentro con Victoria y las llamas de la plaza del pueblo seguían resonando en su mente, recordando la tristeza que llenaba el mundo en el que vivía. Y así, bajo la mirada atenta del sol, Isabella avanzó con paso firme, dispuesta a enfrentar su futuro con valentía y resignación. No sabía qué le depararía el destino, pero estaba decidida a encontrar su propio propósito y la redención en un mundo lleno de sombras y luces.

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