I: Mascota

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— ¿Ya oyeron los rumores? —se inclinó Megan con emoción.

— ¿Cuáles rumores? —frunció el ceño Vía dejando de lado la mirada impaciente del cuervo que la vigilaba desde la copa de un pino cercano.

Resulta que se había creado el extraño rumor de que la antigua mansión de la colina se había convertido en el hogar de una bestia. O varias.

La verdad es que nadie sabía bien. Unos decían que eran vampiros. Otros pensaban que una dragón y a alguien se le ocurrió la ridiculez de que le pertenecía a un titiritero o algo por el estilo, sin embargo para Vía no eran más que estupideces.

Para ella era más fácil creer en el chupacabras que pensar siquiera que los rumores eran remotamente ciertos.

Esa mansión era tan vieja que si alguien llegaba a poner un pie dentro lo más probable es que se viniera abajo. Y si realmente hubiera algo viviendo ahí, no serían más que ratas y polillas.

O una gárgola... pensó.

Incluso eso sonaba más lógico que los otros monstruos fantásticos que se habían creado por todo el pueblo.

Era un pueblo tan pequeño y miserable que cada vez que baja en número de habitantes era porque a alguien le había dado un infarto.

Al menos era más tranquila que otros territorios.

Miró a Megan sin mucha emoción y siguió escuchando el montón de disparates que dictaba con entusiasmo, casi como si tuviera fe en que todo fuera real.

— Dicen que la mansión en el bosque le pertenece a una bestia oscura que come gente y se oculta entre las sombras esperando a su siguiente víctima. —exageró las descripciones con una sonrisa en el rostro.

Amaba esparcir los rumores antes de asegurarse de que eran remotamente ciertos.

— ¿Ah, sí? ¿Y cómo sabes eso? ¿Lo viste? —levantó las cejas incrédula.

— Mi prima dijo que cuando su gato, Menta, desapareció lo busco por todas partes y pensó en entrar al bosque para ver si lo encontraba, pero en su lugar encontró la entrada de la mansión abierta. Casi la atrapa. Por suerte llegó a casa antes de que ocurriera algo más.

No, definitivamente no le gustaban sus historias ridículas. Aunque podría ser una gran escritora de fantasía si se lo proponía.

— ¿Qué? ¿No le crees? —la empujó, Lin, burlona.

— No es eso, solo creo que es imposible y ya.

— ¿Tú qué sabes? —la señaló con su tenedor, fastidiada.

Vía siguió masticando sin mucha importancia su almuerzo. No estaba de humor para pelear con una puberta que aún creía en historias para niños.

— No creo en lo que no puedo ver. —argumentó en un intento de cerrar el tema por fin.

— ¿Y el aire qué? —Vía alzó las cejas. Esa era una comparación ridícula.

— El aire se puede sentir y escuchar.

El timbre sonó al fin, así que se levantó del suelo para poder volver a su salón.

Le lanzó una última mirada al cuervo que la observaba, estático, posado sobre la reja que los separaba del exterior. Aunque no servía de mucho. Hasta un luchador de sumo podía saltarla.

Las chicas pasaron a su lado y de pronto se convirtió en la única persona en el patio del instituto.

Miró pasando la reja, por donde pasaba un lujoso auto negro estilo secuestrador que se detuvo de forma siniestra fuera del edificio, del otro lado del protón. Y de él salió un apuesto chico vestido de traje con lentes de sol que se detuvo al límite de la sombra como si le temiera al sol.

La Mansión BittDonde viven las historias. Descúbrelo ahora