—¡Espera por mí!—exclamó, sintiendo como el viento desordenaba su cabello, arrebatándole la oportunidad de ver su rostro una última vez—. ¡Prometo que volveré, sólo espera!—. Las lágrimas abandonaron sus ojos, cayendo de manera imperceptible sobre la carretera. Se cuestionó si siquiera la había escuchado.
El auto siguió avanzando a la velocidad límite, escuchando el regaño de su padre, pero ignorándolo de todas maneras, se encontraba ocupada renegando con su cabello que no le dejaba ver el rostro de su mejor amigo por una última vez.
No quería olvidarlo, no deseaba hacerlo, ni siquiera quería marcharse de allí, pero las obligaciones de los padres suelen ser más importantes que los sentimientos de sus niños.
Él simplemente quedó estático en su lugar, observando su cabello castaño enredarse ante las potentes brisas que le acompañaban en su viaje, permaneciendo con las ganas de ver su rostro una última vez, sin importar qué emociones se reflejen en él.
Sintió la impotencia y la rabia invadir su cuerpo, junto con la inconmensurable tristeza de perder a la única persona que había logrado comprenderlo, quererlo y amarlo. Sus palabras lograron que recapacite.
«¡Espera por mí!»
Él esperaría eternidades si hacía falta, la esperaría día a día, amaneciendo con su foto junto a la almohada, rezando que ella no se olvide de alguien tan básico y sencillo como lo era él.
—¡Milo! Despierta, es la tercera vez que suena tu despertador—. El ahora rubio abrió sus ojos con desespero, levantándose a los apurones para dirigirse directo al baño a ducharse.
Su rutina era la misma de siempre, se levantaba, se bañaba, desayunaba y se iba a trabajar. Luego se dirigía hacia la universidad a estudiar el resto de la tarde, para volver a su casa y dormir.
Pero ese día sería distinto.
—¿Llegó el camión?—preguntó apenas terminó de asearse. Su rostro aún dormido y sus expresiones desesperadas causaron ternura en su madre, quien simplemente soltó pequeñas risas para girar su cabeza levemente en negación.
—Ve a cambiarte y a guardar lo que te falta, que en cualquier momento llega.
Milo se iba a mudar a un nuevo departamento. Él sentía que era una carga para su madre, después de todo era otra boca que alimentar, por lo que al segundo año de cursar su carrera, ya se encontraba buscando un lugar donde vivir por su cuenta, para dejar aquel hogar de su infancia junto a sus pequeños hermanos mellizos y su madre.
—¡Milo! No olvides tus juegos de consola—. Erin sacudió su brazo, llamando su atención. Bajó la mirada ante esto, encontrando el cabello castaño dorado de su hermana menor, sonriendo al acariciar su cabeza.
—Tú y Enzo pueden conservarlos, no me llevaré la consola, de todos modos—. Sus ojos negros brillaron ante lo dicho por el mayor, celebrando con pequeños brincos y una sonrisa.
—¡Gracias!—exclamó, brindando otro abrazo más al rubio, quien sonrió de manera honesta.
Pasaron los minutos y ya se encontraba sobre su moto, aquella que había logrado comprar usada y repararla por su cuenta. El camión lo seguía por detrás.
Durante el viaje se preguntó porqué había alquilado uno tan grande si no llevaba muchas cosas, pero supuso que era mejor así, ya que los muebles eran grandes.
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A Little Love Story
Short StoryLa pequeña historia de amor de Milo y Samay, quienes fueron amigos desde pequeños, se separaron y se reencontraron en el momento en que más lo necesitaban.