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Días después.

Habían pasado unos cuantos días desde el congreso. Había intercambiado números de celular con Sara y los chicos, incluso me incluyeron en un grupo al cual esperaba que no fuera muy activo. Mi padre y yo manteníamos la misma rutina de no hablar más de lo necesario, aunque no se sentía igual de tenso. Por otro lado, mi amistad con Eduin se había vuelto más cómoda y confiada, por así decirlo. Había estado visitándome en las tardes antes o después de sus ensayos o cultos en la iglesia. Insinuó algo de invitarme, pero le dejé en claro que no quería hablar de eso por el momento, y lo entendió.

En esos momentos nos encontrábamos en la galería interior mientras bromeábamos de cosas y lo acompañaba a preparar una charla para adolescentes nuevos creyentes. Revisaba su concordancia buscando algo de ayuda, y yo me limitaba a verlo desde mi asiento con mi celular en mi mano.

—Jade, —llamó mi atención— creo que he encontrado algo, pero no me convence. —Se levantó del suelo acercándose y mostrándome el versículo que, incluso para mí, lo sentía insípido para la situación.

—¿Por qué no les hablas sobre las noventa y nueve ovejas? —sugerí restando importancia. Eduin me miró serio, y su cuerpo se tensó.

—¿Cómo sabes eso?

—Cuando me dejaste tu Biblia, habías hecho una nota sobre eso —le expliqué un poco incómoda por su actitud.

—¿Lo leíste? —frunció el ceño y entreabrió la boca para decir algo, pero mi silencio le daba la respuesta—. ¿Lo leíste, Jade? ¿Leíste mi oración? —cuestionó molesto.

Sentí en silencio, observando cómo recogía su Biblia junto con sus apuntes con urgencia. Me levanté acercándome con prudencia.

—No es para que te molestes, lo siento.

—No, Jade, no puedes leer las cosas íntimas de los demás y menos si no te incumbe —bramó exasperado y colérico.

Nunca lo había visto así, sus ojos derrochaban desdén, y apretaba sus dientes con fuerza marcando su mandíbula.

—Por Dios, tú te entrometes en mis cosas todo el tiempo —reclamé.

—¡No metas a Dios en esto! Era algo personal, y no debiste leerlo, tenías toda una Biblia para leer, y decidiste leer algo privado —espetó, y en ese punto, pensé que nuestra amistad no continuaría. Eduin estaba demasiado molesto, y yo me empezaba a irritar.

—Lo haces todo el tiempo con tus preguntas, siempre te entrometes en mi vida espiritual —me defendí y no me di cuenta de que estaba gritando hasta que mi garganta ardió.

—Sí, preguntas que esquivas y no respondes si no quieres. Yo siempre pregunto y respeto tus límites, ¿tanto te costaba hacer lo mismo? —bramó, saliendo por las puertas de cristal. Caminé tras él.

—Lamento no ser doña perfecta —ironicé.

—Ese es tu problema —se volteó para verme a la cara—. Te aferras a ser perfecta y no aceptas dar lo que tienes —nos escupió cada palabra.

—No me psicoanalices —le advertí.

—Pues así soy, no puedo evitarlo —se defendió.

—Pues no te quiero como amigo —las palabras salieron de mi garganta antes de que pudiera detenerlas. Abrió los ojos con sorpresa y volvió a una postura neutral.

Por un instante, deseé que su madurez insistiera, que me dijera que solucionaríamos eso y que de eso se trataba nuestra amistad.

—Pues perfecto, tú no quieres amigos como yo, y yo no te quiero como amiga —espetó, desapareciendo por la entrada principal con su mochila negra colgando de uno de sus brazos. Antes de cerrar la puerta, susurró un "Dios te bendiga, Jade", y se alejó.

Encuentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora