Enamorando a Verónica → zayn

29. El regalo perfecto.

Masajeaba mi cabeza con las yemas de mis dedos, con la mínima esperanza de que mi dolor de cabeza -que acababa de aparecer- se calmara, pero no ayudó.

-¿Bonnie? -se escuchó al otro lado de la puerta principal. Era Eleanor.

Suspiré vagamente. Me levanté del sillón y me dirijí a la puerta, cuando la abrí, allí estaban Eleanor, Louis, Megan y Garret. Con una enorme sonrisa, que al ver mi mueca, se esfumó. Y fue sustituida por una de confusión.

-¿Pasa algo? -preguntó Louis.

-¿Estás enojada? Perdón por llegar tarde. -se disculpó Megan.

-No es eso -suspiré-. Tendrán que ir sin mi.

Se miraron entre sí. Ninguno entendía.

-¿De que hablas?

-Debo ir a trabajar. -confesé.

-No bromees -rio Louis, suponiendo que era un chiste-. Es dia de navidad, ¡No puedes ir a trabajar!

-Al parecer Elizabeth no lo entiende. -bufé.

-Esa vieja amargada, sólo está para destrozarte la vida, Bonnie -murmuró Eleanor-. No puede hacerte eso, ¡Es navidad!

-Es mi jefa, debo ir -me encojí de hombros-. Ya debo ir, disfruten el resto del dia, chicos.

-P-pero...

-Estaré bien -sonreí interrumpiendo a Garret-. Sólo disfruten. Regresaré en cuanto pueda, y cuando lo haga, nos divertiremos. ¿Si?

Ellos asintieron, poco convencidos. Salieron por la puerta luego de sonreírme por última vez.

* * *

Entré a la oficina de la señora pelirroja. Me acomodé mi abrigo una última vez, al mismo tiempo en que miraba mi reloj.

Tres de la tarde.

Ella se encontraba escribiendo algo en su computador, simplemente entré y me dispuse a preguntar:

-¿Puedo pasar?

-Al fin llegas. -exclamó con un tono de arrogancia y superioridad.

Comenzaba a odiar a esta mujer.

-Lo siento, yo sí tenía cosas que hacer. -repliqué algo enojada.

Ella rodó los ojos, e ignoró mi comentario.

-Ponte tu uniforme y ve a atender a los clientes.

Eran las diez de la noche cuando el último cliente salió. Elizabeth tenía razón, era un dia bastante movido, por ser navidad. Se suponía que mi horario de salida era a las seis, las empleadas comenzaban a irse. Me acerqué a Marty, una de las empleadas de mediana edad que deambulaban por allí, al igual que yo, ella también era mesera.