Día 10.1.

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-Anna... ¿me echabas de menos? -dijo Pablo y su inconfundible voz mientras se acercaba a , que seguía en la cama- Yo sí, no sabes cuánto -me giré a verle y ahí estaba, semidesnudo, metiéndose en la cama conmigo-.
-No te haces una idea de lo que esperaba volver a tenerte cerca -dije susurrando mientras él se acercaba cada vez más a mí-.
-Voy a conocer lo mejor de Badajoz, tu piel -dijo mordiéndose el labio-.

Y segundos después empezó a besarme. Con pasión, con fuerza, como si me hubiese echado de menos una eternidad. Me agarraba y me acercaba a él haciendo parecer que hasta la piel nos sobraba. Cuando acabó de devorar mis labios comenzó a bajar hacia mi cuello y yo no podía parar de sentir que seguía necesitando más de él. Le agarré fuerte de la espalda, incluso, creo, le hice alguna que otra herida pero nada importaba. Su cuello era de lo más apetecible y su pecho parecía estar perfectamente creado para que mis manos se perdieran en él. Entonces, hasta la ropa interior estaba de más y...

-¡Anna! Qué sorda estás, madre mía -dijo mi hermana desde la puerta de mi habitación- Vaya, has pasado mucha calor esta noche, eh, estás empapada.
-Carla, ¿qué quieres? Estaba durmiendo... -mierda, solo era eso, un sueño-.
-Nada, que ya me voy. Estate pendiente de la puerta, anda.
-Sí. Adiós.
-Hasta luego -dijo feliz y saliendo por la puerta de casa-.

Madre mía, Anna, estás fatal. ¿A qué viene ese sueño si nunca más volverás a tenerle tan cerca? Parece mentira que, con tan solo un beso, ya haya conseguido que quiera que siga besándome hasta quedarnos sin aire. En realidad, aunque fuesen dos días con él, le echo de menos. Es capaz de hacerme reír y vibrar.
Me voy al baño y me pego una ducha, este sueño requería amanecer con una ducha. Salgo de la ducha y me pongo un culote y una camiseta de mi padre vieja. Jo, como me gusta estar así por casa. Suena el timbre y me dirijo a abrir la puerta asomandome solo y sin dejar que pase para que no me vea en ropa interior. Supongo que serán las maletas de mi hermana.

-Buenas, dejelas ahí, por favor -digo señalando el hueco que dejo abierto-.
-¿No vas a dejar que pase?
-¿Christian? -dije asomando mi cabeza y haciéndole un gesto para que pasase y nada más entró le abracé bien fuerte-. No sabes la falta que me hacías pero, aun así, ¿qué haces aquí?
-Alguien me chivó que necesitabas un buen amigo...
-Mi padre, ¿no? Él siempre metiéndose en esto...
-Solo quiere verte feliz.
-¿A costa de tu felicidad? -dije sabiendo que él lo negaría pero era así-.
-Anna, por verte feliz daría mi felicidad y mi vida, parece mentira que lo dudes, enana. Además, tengo cosas que hacer por aquí -dijo sentándose en el sofá de un salto y dando palmaditas en el asiento para que me pusiese a su lado. Me senté con él y puse mis piernas encima de las suyas, como en los viejos tiempos. Él acariciaba mis piernas mientras me contaba lo bonito que era Cadiz.- Y, entonces, los chicos insistieron en que debía luchar por lo que quería e irónicamente, pensé en tu sonrisa. -A penas le escuchaba pero, joder, qué bonito era saber que ahí estaba, hablándome de historias con sus amigos y de sonrisas que valían la pena pero, mírale, Anna, la sonrisa que vale la pena es la suya-. Son las dos ya, deberíamos pensar en qué comer, ¿no crees?

Pero el timbre me interrumpió. Fue a abrir la puerta Christian porque yo seguía medio desnuda y no tenía intención de que me viese toda la calle. Supuse que serían las maletas de una vez por todas aunque menudas horas.

-Anna, ¿has pedido comida china? -escuché de fondo decir a Christian-.
-¿Qué dices? -dije chillándole-.
-Aquí hay alguien que trae comida china para ti, se llama Pablo, ¿te suena?

¿Qué? ¿Pablo? No, no puede ser. Me asome corriendo a la entradita y ahí estaba.

-Pablo: ¿Interrumpo algo?

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