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—¿Jack?— Preguntó Alexander que desde su habitación había visto un rayo de luz colarse a altas horas de la noche. La luz salía de la habitación de John y era muy tenue, por lo que decidió entrar en silencio y lo observó arrodillado en el suelo y con los ojos cerrados mientras Hamilton intentaba adivinar que hacía.

Lo adivinó cuando vio un movimiento en la mano de John que pasó a sujetar otra cuenta del rosario que llevaba en las manos. —Jack, ¿qué haces rezando a estas horas?— Preguntó algo más fuerte y más cerca para llamar su atención.

—Lo siento—dijo mirando a Hamilton y levantándose. —No podía dormir. ¿Necesitas algo?

—No, solo quería saber que te sucedía— aseguró Hamilton tomando su mentón y dejándole un beso. —¿Quieres charlar un rato?— Preguntó sentándose en una de las sillas y John levantó los hombros, para sentarse en la otra silla. —¿Sigues preocupado por Frances?

—Algo... Sé que este lugar es bueno para ella— dijo tomando la mano de Hamilton. —Solo pienso que no quiero que me suceda algo en el campo de batalla y que me pierda...

—Puedes quedarte dentro, como hasta ahora.

—No, Alex, no es justo. Todos tenis familia que os puede perder. Tienes a Elizabeth, Lafayette a su esposa...— aseguró. —Yo me metí en esto, es mu culpa— aseguró viendo al pelirrojo no muy convencido de sus palabras.

—Entonces debes ser más prudente— dijo y se escucharon unos pasos acercarse a la habitación.

—¿Aún no dormís?— Pregunto Henry asomándose a la habitación y John se levantó.

—No podía, padre— dijo viendo al hombre. —Lamento haberos despertado. El coronel también estaba dormido— miró a Hamilton y entonces Henry le sugirió que sería mejor dejarlo dormir.

Henry y John quedaron solos en la habitación y el mayor tomó el asiento de Alexander. —¿Qué te sucede?— Preguntó algo preocupado. —¿Este sitio te trae recuerdos de tu madre?

—De muchas cosas, padre— afirmó mirando a su alrededor. —No quiero que Frances me pierda, sabes que es duro para los niños perder a uno de sus padres... No quiero imaginar los dos— murmuró recordando a su madre y la tristeza con la que Alexander solía contarle su infancia.

—Si quieres quedarte, sabes que no tardaré en encontrarte un trabajo que te mantenga a salvo.  Podría llevarte con Harry— aseguró el hombre mirando a su hijo y John negó.

—No, esto ya está terminando y me necesitan aquí. Washington quiere que sea yo quien escriba la rendición británica.

—¿Cómo sabéis que eso pasará?

—Lo tenemos muy claro desde hace algunos meses. Hemos recibido muchos negociaciones y... Ya te lo conté por correo. No tienen más recursos, explotamos los barcos... Esperamos que se rindan a finales de verano.

—Eso es ser demasiado soñador. Aunque la guerra acabe y se rindan, habrán escaramuzas por todas las colonias— afirmó el hombre. —El fin de la guerra no significa el fin de tu carrera militar, Jack. Piensa en eso.

—Yo... No sé. No sé qué haré después de la guerra, todos tienen claro querer ser políticos, ¿y yo?

—Tú también. Tienes buenas ideas.

—Nadie las escucha— aseguró algo molesto. —No lo hacen los coroneles, no lo harán otros generales. Eso no cambiará.

—Bueno, si Washington lleva el país a la victoria está claro que será el presidente. El presidente te escucharía— afirmó Henry convencido. —Intenta no pensar en eso ahora. Todo lo que pase es porque debe pasar.

—Eso no me calma— afirmó apoyando la espalda en el respaldo.

—Respira o tendré que mandarte de vuelta a Londres.

—No, gracias, prefiero quedarme aquí— aseguró convencido. No quería aguantar más monárquicos por un buen tiempo. —Hay otra cosa más...

—Dime, Jack— dijo el hombre con curiosidad de saber que es lo que impacientaba a su hijo.

—No me fío del mayor André— aseguró de forma sería. —Ha intentado leer cartas sobre mi red de espías, ha estado viendo planos de infantería del Marqués de Lafayette... No creo que sea curiosidad, si fuese así, no nos la ocultaría.

—¿Estás acusándolo de espionaje?

—Posiblemente.

—¿Has hablado con Washington?

—No, no tengo pruebas. El coronel Tallmadge me dijo que estoy siendo demasiado duro con él, y el coronel Hamilton también— afirmó John molesto. —Todos están cegados con sus paripés, sus fiestas, su cara y su acento. No quiero un monárquico en mi casa— aseguró, pensando que a no mucha distancia se encontraba aquel hombre. —Menos si es un espía.



Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora