Cap. 4: Deber familiar

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Nanno

Una vez las clases hubieron terminado, todos se dispusieron a recoger sus cosas y a salir del aula lo más rápido posible. Se notaba que nadie quería quedarse ahí más tiempo del estrictamente necesario.

Yo también guardé mis cosas y dejé el aula.

Por el pasillo vi que, a pesar de que el día no había sido de los más ligeros, todos mis compañeros estaban de buen humor, seguramente a causa de que no estaban solos. Noté que la mayoría se iban en grupos de unas tres personas y hacían planes para el resto del día.

Busqué a Lawan con la mirada. Me sorprendió no encontrarla. Estaba convencida de que iba a estar rodeada de al menos veinte personas.

Al final vi que se había salido del río de personas que invadía el pasillo y estaba apoyada en una pared. Me di cuenta de que estaba hablando con alguien por teléfono, haciendo muecas de niña adorable.

Traté de oír lo que estaba diciendo sin que se notara que estaba escuchando. Me concentré en su voz y logré entender lo que decía:

—Te quiero... no, yo te quiero más... no, yo más... yo hasta la luna... yo hasta la luna y más allá del más allá...

Durante la hora de comer había oído a varios alumnos hablar sobre que Lawan tenía un novio muy guapo llamado Aat. Cuando estaba soltero, muchas chicas le pidieron salir, pero él las rechazó a todas porque se había enamorado de Lawan. Un día él se armó de valor y le pidió salir, pero ella le dijo que no. Sin embargo, cuando Aat le compró un colgante con un corazón de plata, ella se lo replanteó y aceptó su propuesta.

Desde entonces son una de las parejas más populares de todo el instituto.

La historia de amor más bonita que había oído en toda mi vida, sin duda.

Dejé a Lawan atrás y continué mi camino.

Salí del edificio y crucé el patio. Me fijé en que los grupos que se habían formado se separaban unos de otros y cada uno de ellos iba en una dirección diferente.

Varios de mis compañeros me dijeron adiós cuando pasaron cerca de mí. No se podía negar que eran majos conmigo a pesar de que lo único que sabían de mí era mi nombre de pila. Siendo sincera, eso me extrañó. Por mis observaciones había concluido que el ser humano tiene un comportamiento hostil cuando se encuentra con algo que no conoce.

Me dirigí a mi piso. Se encontraba bastante lejos del instituto, por lo que tenía que caminar un largo rato. Podía coger el bus cuya parada estaba a unos cien metros, pero no me importaba dar un paseo. Además, vi que la mitad de mis compañeros y muchos chicos de otras clases se quedaban a esperar el autobús, algo que no hacía la idea de utilizar ese medio de transporte muy atractiva.

Mientras caminaba, miraba delante de mí, pero de vez en cuando no me resistía a la tentación de desviar la mirada a lo que había a mi alrededor. Me resultaba interesante conocer lo que había por el recorrido de mi nuevo instituto a mi casa, pero tampoco es que tuviera una gran importancia. En unas dos semanas dejaría de ir por ese camino. Ya no habría necesidad de hacerlo.

Cuando llegué a mi edificio, decidí hacer algo antes de entrar. Me acerqué a la fila de buzones que se encontraba al lado de la puerta de entrada. Saqué mis llaves y abrí el mío.

Como siempre, estaba lleno de todo tipo de basuras. Las miré por encima sin dejarme impresionar por los coloridos anuncios. Definitivamente iba a tirar todo eso... excepto una sola cosa que atrajo mi atención.

Eso no era un anuncio de un nuevo restaurante, un supermercado o una carpintería. Era una carta. El remitente era Luksaw Pisac, la dirección era una calle común. Nada fuera de lo normal... al menos a vista de una persona cualquiera.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora