Cap. 7: Problemas mágicos

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Nanno

Tamboreé los dedos sobre la carpeta de Lawan. Me sentí tentada de dejarlo estar y pasar al siguiente encargo, pero si mi padre lo descubría tendría problemas.

Mientras pensaba en otras formas de enseñarle a Lawan que debe valorar lo que tiene, se me ocurrió que hice algo mal la primera vez que lo intenté. Había usado mis poderes directamente contra ella con la intención de hacerle daño. No de matarla, pero sí de hacerle daño. Ese no era el método que solía utilizar. Lo que había hecho sería algo digno de Yuri. ¿Qué me estaba pasando?

Debía encontrar la manera de darle una lección a Lawan con más delicadeza y tacto, como hacía normalmente. Sin intentar hacer que se desmaye o algo por el estilo.

Mientras pensaba en eso, mi cerebro empezó a analizar inconscientemente la conversación que había tenido con mi padre. Todo lo que él me había dicho sonaba mal, pero había algo que me llamó la atención más que lo de los humanos con poderes sobrenaturales que conquistan la Tierra o de que mi inmortalidad no se había recuperado después de mi resurrección.

Era algo en lo que no tuvo ocasión de pensar cuando se me ocurrió.

Cuando mi padre me preguntó cómo creía que los demás no se cuestionarían mi existencia si yo misma lo hacía, recordé que hace tiempo le dije algo muy parecido a una chica.

Si ni tú misma te acuerdas de lo que haces y dices, ¿cómo esperas que se acuerden los demás?

Esa fue una pregunta a la que la chica no supo responderme. Pero para mi sorpresa, ella me hizo una parecida.

¿Tan equivocada estaba, Nanno? ¿De verdad merezco que me hagas esto?

Nunca fui capaz de responderle. Esa fue una pregunta que me llevó a muchas otras. Empecé a cuestionarme si realmente hacía lo correcto cuando enseñaba a mis objetivos que lo que hacían estaba mal. A JennyX, por ejemplo, le robé la identidad solo porque ella estaba convencida de que sus padres la presionaban demasiado para ganar dinero cuando en realidad todo lo que hacían era por su bien. Ella no era mala persona. Simplemente, tenía una idea errónea de las cosas.

Traté de olvidarme de eso y volví a pensar en Lawan. Ya no podía ser su «amiga», porque había cometido la imprudencia de revelar mi auténtico ser ante ella. Ni siquiera podía acercarme a ella sin que empezara a pedir auxilio a gritos. ¿Y si con ayuda de su padre incluso lograba que me expulsaran del instituto?

Yo misma me había complicado las cosas cometiendo una de las mayores estupideces de mi vida.

De repente se me ocurrió algo. Cierto, ya no era tan poderosa como antes, pero aún era capaz de hacer bastantes cosas. Eso se combinó fácilmente con la idea que había nacido en mi cabeza. Antes había intentado que Lawan valorase la vida. ¿Por qué no la hacía valorar a sus fuentes de dinero?

Lawan

—¡Amiguis, ¡no te vas a creer lo que me pasó hace unos días!

Dara me miró con cara de interés.

—Cuenta, cuenta —me invitó ella.

—Después de salir del insti, me fui a pasear con la nueva —empecé—. De repente sentí que no podía respirar...

—¡Eso es terrible! —Dara parecía estar sinceramente preocupada.

Era obvio que se sentiría así. Cualquiera se angustiaría si le dijeran que su mejor amiga estuvo a punto de asfixiarse.

—Oye, ¿qué te parece esta camiseta? —me preguntó ella.

Yo cogí la prenda que ella me pasó y la evalué con mis ojos y manos de experta.

—Estampado bonito, pero esa etiqueta que dice «100% algodón» es para cortarla y tirarla. ¿No ves que la tela se estira hasta el infinito?

—Supongo que tienes razón.

Ella devolvió la camiseta a su percha y siguió mirando.

Yo disfrutaba estar con Dara más que nada. No me importaba cómo pasáramos tiempo juntas. Me daba igual si nos íbamos de compras como ahora, al cine o yo la invitara a mi casa para una fiesta de pijamas. Siempre lo pasaba bomba. Ella era la mejor de mis mejores amigas y no estaba dispuesta a reemplazarla por nada del mundo.

Mientras intentaba decidirme entre unos tejanos largos de color blanco y unos cortísimos azules que estaban rasgados por los laterales, decidí continuar con mi historia.

—Yo iba a pedirle ayuda, pero ella empezó a partirse de risa. —Mi respiración se aceleró cuando las imágenes de eso pasaron por mi cabeza—. Parecía estar completamente loca.

—¿Te habrá envenenado? —preguntó Dara.

—Esa es una de mis teorías —respondí.

—¿Cuál es la otra?

—Que simplemente está pirada y le ha resultado divertido verme estar a punto de morir.

Al final elegí los pantaloncitos azules. Estaba segura de que me quedarían de muerte y me marcarían genial las curvas.

—Hay toda clase de locos. —Dara tomó una chaqueta de punto marrón y la contempló con un interés preocupante.

—Eso no se lo pondría ni mi abuela, cielo —la avisé.

De verdad, estaba encantada con Dara, pero su gusto para la moda era pésimo.

Le tendí una cazadora vaquera.

—Mejor pruébate esto —le recomendé con una sonrisa.

Ella dejó esa pesadilla antes de Navidad a un lado y se puso la cazadora.

—Estás genial —le dije y aplaudí por la emoción.

Dara se rio y se quitó la prenda.

—Vale, creo que ya podemos darnos por terminadas aquí —decidí, porque esa tienda había empezado a aburrirme.

—Bien —Dara asintió.

Las dos nos fuimos a la caja. Había un par de personas delante de nosotras que iban más despacio que un caracol con sueño. Quise empujarlas y ponerme en su sitio para ahorrarnos la espera, pero demostré la buena persona que era y nos pusimos en la cola.

Cuando llegó nuestro turno le plantamos a la cajera una pila de ropa que literalmente formó una pared entre ella y nosotras. La mujer abrió la boca, lista para decir algo, pero por lo visto decidió callarse. Algo inteligente, en mi opinión.

—12 690 bahts y 12 satangs. —La cajera tragó saliva.

—Me parece que nos hemos pasado un poquito —Dara se rio, nerviosa.

—Descuida, mi padre nos invita —saqué la tarjeta de crédito que mi padre me había dejado.

—Pero qué buena amiga eres, Lawan —me alagó Dara—. Siempre ocupándote de los gastos como la persona generosa que eres.

Yo solo le guiñé un ojo.

Después de pagar, salimos de la tienda con tres bolsas a reventar cada una.

—Bueno, ¿dónde vamos ahora? —pregunté con entusiasmo.

Dara estaba por contestar cuando su móvil empezó a sonar.

—Es mi madre, lo siento. —Ella se encogió de hombros.

—No importa, puedes cogerlo. —Renuncié a su atención y me sacrifiqué como la buena amiga que soy.

Tras una corta llamada, Dara me miró con cara de tristeza.

—Lo siento, Lawan, pero mi madre me ha dicho que tengo que volver a casa ya...

—Una pena —dije con la voz apagada—. Bueno, ¿nos vemos mañana?

—Claro —Dara asintió—. Adiós, Lawan.

Nuestros caminos se separaron.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora