Cap. 28: Orígenes

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Año 778 a. C.

???

—¡No entendéis nada! —gritó Diana, furiosa.

—No, no lo entiendo —rugió su madre—. Ese chico no tiene modales ni trabajo. Es un campesino común. Como él hay muchos. ¿Y sigues prefiriéndole a él teniendo a Fausto, un muchacho culto, amable y con un buen trabajo?

—Estoy enamorada de Giles, madre. ¡Nuestro amor es más fuerte que cualquier cosa! —Diana agarró un plato de la mesa en la que habían cenado y se lo tiró a la mujer que lo esquivó por unos pocos centímetros.

—Ah... —murmuré.

Realmente me habría gustado que Diana hubiese logrado darle.

—Estás loca. —La madre miró el plato de porcelana, hecho añicos en el suelo.

—¡Estoy loca de amor! —Diana cogió el siguiente objeto de la mesa, un cuchillo de carne afilado.

Muy afilado.

—Esto se está poniendo interesante —dije por lo bajo y me acomodé en mi trono.

Alisé mi traje negro como desahogo emocional. Eso me hizo pensar en la pena que me daba que los humanos fueran a tardar varios siglos más en inventar los trajes.

Dejé ese pensamiento aparte, froté las manos con impaciencia y seguí mirando la escena.

—Diana, no hagas nada de lo que luego te vayas a arrepentir, ¿me oyes? —la advirtió su madre.

—Estoy sorda para tus palabras llenas de odio. —Diana negó con la cabeza.

—Apuesto que la acabará matando —murmuré—. Está demasiado alterada como para pensar con claridad.

Normalmente, tenía bastante trabajo y no tenía demasiado tiempo para el ocio, pero hoy era un día en el que las cosas estaban bastante tranquilas. Mis súbditos mantenían las almas humanas bajo control, nadie quería hacer tratos conmigo. Mi día de ensueño, por así decirlo.

En las pocas ocasiones en las que tenía tiempo libre, solía dedicarme a observar a los humanos para ver si ocurría algo interesante. Y siempre, siempre, la respuesta era un rotundo «sí».

Aunque resultara sorprendente, en la vida de la gente normal se podía encontrar mucho más drama y sangre de lo que uno imaginaría.

Pero había muchos humanos, por lo tanto, muchos escándalos y muchos problemas.

Delante de mí se encontraba la imagen de lo que estaba ocurriendo en tiempo real entre los miembros de una familia griega. La chica amaba a un joven campesino, pero la figura de autoridad, en ese caso concreto, la madre, estaba en contra de su relación. Era algo común, pero tenía gancho, sin duda.

—Yo creo que te equivocas.

Levanté la mirada y sonreí involuntariamente. La mujer que había aparecido mágucamente ante mí era tan deslumbrantemente hermosa como hace diez, cien, incluso mil años.

Me gustaba el hecho de que ella vestía como una princesa y se comportaba como tal, pero si alguien intentaba atacarla o hacerle daño, ella no esperaría a que su príncipe de ensueño apareciese en su caballo blanco para rescatarla de los malhechores. Sabía valerse por sí misma y tenía una fuerza interna que con frecuencia me hubiera gustado ver en las mujeres humanas. Lamentablemente, eso ocurría rara vez.

También se debía tener en mente el hecho de que ella, además de gran belleza y coraje, poseía una descomunal sabiduría. Por ese motivo ella era mi consejera.

Sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora