Las olas bailaban hasta romperse en la orilla, ellos se miraban hasta no poder evitar el siguiente parpadeo.
Y latían de amor cada vez sus ojos brillaban demasiado.
—Encontré un empleo, ¿no es genial? —El rostro se le iluminó de alegría—. Tardará un poco, pero podré pedir tu mano, papá estará orgulloso.
El corazón de Hazel latió fuerte dos veces, o tres quizás, una vida junto a Benjamin era todo lo que deseaba, en ese momento y para el resto de sus vidas.
—Es cierto, todo cambiará para nosotros.
Realmente lo haría, todo iba a cambiar, pero no del modo en que imaginaron por esos breves instantes.
Un ruido sordo opacó el graznido de las gaviotas en la bahía, al mirar, eran varios los buques oscuros que se acercaban intimidantes, al tiempo que dos aviones surcaban el cielo desafiando las distancias.
Un escalofrío recorrió la espalda de él.
A ella le brillaron los ojos de tristeza.
Lo que sería un nuevo comienzo se tornó en el posible final.
Les tomó varias horas regresar a la ciudad en bicicleta; pocas palabras rellenaron el espacio entre sus dudas y el miedo, poco querían saber sobre lo que estaba por venir.
Hazel soportó como otras innumerables veces las reprimendas de su madre sobre cómo debería comportarse una jovencita de alta sociedad, cuando llegó a casa bajo la última luz del día. Se suponía que asistiera a bailes de la mano de su hermano, y que aprendiera a usar el abanico para cautivar a jóvenes distinguidos, no que se escapara con el chico harapiento al que todos hacían de lado. Esa vez no dio pelea ni se quejó; su mente seguía lejos, en la bahía, en los aviones y el peso de aquellos barcos contra las aguas del mar.
Ben apenas comió aunque ya estaba adaptado a no tener lujosos platos ni manjares sobre la mesa. La vida se las ingeniaba para hacerlo luchar contra viento y crudas mareas para poder existir entre la gente de ciudad; entre gente como la chica a la que quería. De sus pupilas aún no se desprendía la radiante y poco común felicidad que vio en la cara de su amada, la misma que desapareció tras las imágenes que presenciaron con angustia. Tenía la impresión de que algo estaba totalmente mal, algo sobre lo que ninguno de ellos tendría el control.
Algunos días después se confirmó toda sospecha de lo desgraciados que podían considerarse.
La guerra se les coló en las fronteras sin siquiera dar aviso. Nunca serían suficientes los hombres para combatir al ejército que los atacaba y, ante tan desalentador pronóstico, había que luchar. No llegaron misivas elegantes para invitarlos al combate, ni existía la más remota posibilidad de que un hombre común se librara del fusil y el uniforme.
Por eso Ben no fue la excepción.
—¿Crees que las gaviotas sigan en la bahía una vez que hayas llegado?
Los suspiros de Hazel les hacían de viento aquella mañana en el patio trasero del mercado, sus ojos rojos e hinchados solo gritaban lo que no iba a decir mientras se aferrase a la idea de que él regresaría. Sí, lo haría por ella, por su padre, por la vida que aspiraban a construir juntos aunque mil muros obstruyeran su avance.
Benjamin temía mirarla, temía ser incapaz de irse y que eso terminara siendo la peor estupidez que cometiera jamás; incluso peor que persistir en amarla.
—Es probable que ya no estén allí —reflexionó con nostalgia; esas aves habían creado la mejor música de fondo para ellos cuando escapaban del mundo al correr por la bahía—. La guerra es tóxica y despiadada; hicieron lo correcto si decidieron huir del caos.
—¿Eso harías tú? ¿Huir? —El reproche era audible en su voz entrecortada, en su voz rota por extrañarlo antes de verlo partir—. ¿Acaso no necesita el Frente hombres valientes, dispuestos a dar la batalla y vencerla?
Eso escuchaba de sus padres, eso era todo lo que se escuchaba en los últimos días, y quería convencerse de que esas palabras justificaban la distancia que se zanjaría entre tanta gente que necesitaba estar cerca.
Él ya se atragantaba con el dolor, el mismo que punzaba en el pecho y le causaba comezón en los ojos.
—El Frente solo necesita hombres, Hazel, unos que terminen llevando armas sobre sus hombros y que no tengan otra opción que empuñarlas para conservar la vida. —La saliva se le volvía espesa, los sollozos reprimidos querían ahogar su compostura—. Sobre la valentía... es como esa palabra que acostumbrabas usar para definirnos, y que yo siempre odié.
Entonces sí lo miró, con más sombras de las habituales rondando su expresión, con una lágrima rozando sus gruesos labios.
—Quimera —susurró.
—Eso —concordó y rompió el contacto con el abismo infinito en sus ojos—, la valentía es apenas una quimera mientras que la guerra es la más cruel realidad. Y destruye, pequeña lucecita, no tengo que ir al campo de batalla para saberlo.
Ella sintió un poco apagada esa luz que Ben solía ver en su interior como vela extinta por el viento. Pero se permitió ver el fin del amanecer acomodada en su pecho, llorando, sí porque, aunque quería guardar la eterna esperanza de que no sería el último amanecer que verían juntos con ella fugitiva de la jaula que era su hogar, estaba segura de que sus sentimientos tardarían en acostumbrarse a la ausencia y a la soledad.
Él la abrazó, también lloró sin que lo percibiera la chica entre sus brazos, ¿qué tan lejos se hallaban de todos los sueños que tenían? ¿Cuántos de ellos llegarían a materializarse? El Sol ya extendía su manto sobre el horizonte con su halo infinito de luz para dar vida a la tierra; por eso ella era su lucecita, porque tenía el mismo efecto. Respiró hondo, faltaban escasas horas para abandonar todo lo que quería y tenía en el mundo; no sería sencillo. Jamás lo sería.
La resignación lo acogió en la melancólica idea de que era eso lo que debía ser porque, analizando razones, él no tenía ninguna que lo enviara a un campo de batalla para luchar por ese suelo bajo sus pies.
¿Qué debía agradecer a ese país? ¿Qué era tan grande como para hacer semejante sacrificio por una sociedad en la que no lo dejaban encajar?
Nada lo era, solo la inercia irremediable que lo llevaría hasta allí. El resto, sería costumbre.
Aprendería a danzar sobre un campo minado, sin especular en consecuencias ni en daños colaterales, ni en pasos falsos que arruinen la puesta en escena.
Sería el baile perfecto, con la música ideal para perderse entre la vida sabiendo estar más cerca de la muerte que de la esperanza. Sabiendo ir a un suicidio con sonrisas pintadas en el rostro.
Ese era el precio de vivir ajeno a lo que afecta, sin sentir dolor por lo que permite existir a base de sacrificios y soñar con expectativas de realidad.
Él aún esperaba una realidad con más luz que la ofrecida por cielos de guerra, todavía tenía fe en algún rincón de su inocente alma renegada a la violencia.
Pero era apenas un soldado de papel; podía ser llevado por el viento, arrugado y estropeado como hojas secas.
Debía construirse, porque en combate solo conocería una oscura realidad, y la valentía no serviría de nada, solo el instinto por sobrevivir y el deseo firme de regresar con vida.
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𝐆𝐢𝐫𝐚𝐬𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐮𝐧 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐩𝐚𝐩𝐞𝐥 ✓
Romance❝𝙻𝚊 𝚟𝚊𝚕𝚎𝚗𝚝𝚒́𝚊 𝚎𝚜 𝚞𝚗𝚊 𝚚𝚞𝚒𝚖𝚎𝚛𝚊; 𝚕𝚊 𝚐𝚞𝚎𝚛𝚛𝚊, 𝚞𝚗𝚊 𝚛𝚎𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍❞ Hazel y Benjamin ya tenían las cosas difíciles cuando una guerra se interpuso en la relación clandestina que habían logrado mantener. Ella era una joven...