White Shadows [FREENBECKY]

PRÓLOGO

Chiang Mai, Tailandia.

Junio de 1858

Rebecca Armstrong odia el olor de la práctica de su padre. Especialmente su quirófano. Apesta a moho, galones falsos y a lo que ella cree que olería la sepsis si pudieras capturar el aroma bacteriano de la sangre aún caliente de los moribundos. Todo metálico y deteriorado, al igual que las cuchillas que cuelgan de los ganchos oxidados de la carnicería de abajo. Mientras se dispone a preparar la mesa para el próximo paciente, no puede evitar preguntarse por qué, la práctica médica de su padre sigue siendo la más venerada de la ciudad. Durante años sintió que debía haber sido una broma a su costa. Podía imaginar a la gente del pueblo, susurrando detrás de sus padres.

'¿No debería haber una revuelta? ¿Elevar a lo más alto a un extranjero solo para derribarlo más tarde? ¡Las risas que tendríamos!'

Sus padres siempre le decían; "Que nada, ni nadie, se interponga en tu camino". Después de todo, ¿no era ese el lema familiar? ¿No es así como llegaron a esta ciudad en primer lugar? Bien podría haber sido estampado ese lema en el escudo de la familia. ¿No podía ver lo que esta ciudad les estaba haciendo? ¿Las miradas que recibieron mientras caminaban por la plaza? ¿Cómo podía pensar que realmente valoraban su opinión? La piel blanca, incluso tan clara como la suya, no era confiable. Era un simple hecho de la vida, uno que no iba a cambiar pronto.

Nunca, piensa Rebecca mientras tiene especial cuidado de lavarse las manos en el recipiente que había llenado con agua fresca antes.

Estaba acostumbrada al desprecio que se le mostraba durante sus días en la escuela, las burlas que la seguían por las calles. Celos, pensaría mientras mantenía la cabeza en alto y se dirigía a casa. No podían competir con ella, no en ningún nivel. En lo académico los había pisoteado, en riqueza su familia era inigualable e incluso en comparación con su gracia, sus compañeros eran meros peces que se tambaleaban por la tierra. Y el pescado no tenía conocimientos suficientes. Los que se atrevieron a hablar con ella fueron rápidamente silenciados con una afrenta cortante. Algunos de los más afortunados se dieron cuenta de la ganancia que su amistad podía ofrecer, ninguna. Sin embargo, Rebecca no podía ser molestada por las amistades. No con personas que apestaban a personalidades planas.

No cuando tan claramente ellos se interpusieron en su camino.

Ella sería genial. Se elevaría por encima de la piel en la que nació y se haría un nombre. Una con aún más influencia que su padre. Más prestigio.

Muchas amistades potenciales se desvanecieron a favor de mantener su curso. Una máscara de indiferencia se encontraba en su rostro desde la mañana hasta el anochecer. Sus compañeros de clase podían susurrar todo lo que quisieran a sus espaldas. Llamarla cualquier nombre mezquino que consideren apropiado para graznar en su camino. Todo fue solo un despertar para ella. Ella no caería en sus trampas. No podían lastimarla, no si era intocable.

Su madre le había enseñado desde el principio que la amistad era tan valiosa como las recompensas que podían cosecharse a cambio. Ninguno de sus compañeros de clase podría, ni nunca podría, proporcionarle un intercambio tan ventajoso.

Cielos, piensa ahora, fueron los seres más torpes y estúpidos que han nacido. Deseaba que su padre la hubiera inscrito en la academia privada de la parte alta de la ciudad. Donde los niños fueron preparados para convertirse en miembros acomodados de la sociedad. Futuros abogados, banqueros, políticos y similares. Donde las chicas llevaban vestidos de la seda más fina y estudiaban solo la literatura más reconocida.

Donde todos eran inteligentes y, lo más importante, respetados.

"No te llevaré, Rebecca", le dijo su padre ante lo que sintió su centésima petición. "Y además es demasiado caro y un desperdicio de todos modos. ¿Qué más de una educación puede necesitar una mujer más allá de lo básico? Tu esposo se ocupará de todo lo demás por ti".