"Parpadeo.
Inhalo y exhalo.
Escucho el correr del río.
Sintió el pasto acariciar su piel.Agatha se incorporó y desorientada trató de ubicarse ¿Por qué demonios estaba en medio de un desconocido prado y no en su habitación? El viento hizo acto de presencia meciendo los pequeños brotes de hierba que le hicieron cosquillas en las piernas, se levantó, dando unos cuantos pasos hacia al frente para luego detenerse.
—¿Como llegué aquí?— Interrogo a la nada antes de fijarse en una puerta de madera vieja.— Eso... ¿Estaba ahí?
Con cautela la chica se fue acercando, tomó la manija para con cuidado ir abriendo la puerta. En su interior, la estancia oscura la recibió y cuando pensaba dar marcha atrás, sintió que la empujaban por la espalda haciéndola caer en aquel negruzco hoyo donde solamente su exclamación de horror se escuchó.
...
La delfiense terminó en medio de un nuevo prado, observó a los gorriones revolotear cerca y a lo lejos escucho la risa de los infantes, al momento en que volteo quedó en estupor, sus labios dejaron escapar un bajo jadeo de sorpresa y los orbes marrones comenzaron a mirar azorados a aquellos dos chiquillos que como cabritos retozaban en medio de las flores.
La larga cabellera ondulada que danzaba junto al viento y los fanales que observaban fascinados a la dulce niña mientras los halos dorados aparecían de repente en medio de ambos, sin embargo, su confusión no eran precisamente por los niños, sino más bien por sus facciones junto a aquellos ojos que reconocería de aquí a mil años.
—Oigan... niños— Les llamó entre susurros, y al notar que no le escucharon se levantó con prisa para acercarse.— ¡Niños!
Pero antes de poder dar otro paso una ventisca aparecida de repente le tomó por sorpresa, las corrientes de vientos se volvieron fuerte e hicieron que su cabellos se desarreglase.
Agatha cerró los ojos con fuerza; cubriéndose el rostro con los antebrazos ahogó un grito de miedo cuando sintió que perdería el equilibrio.
Con la respiración agitada escucho una rara melodía, razón por la cual se descubrió y fue abriendo poco a poco sus párpados hasta enfocar un amplio salón. Girando sobre su mismo eje, observó aquella lámpara de cristal que colgaba en el techo de la estancia, husmeando un poco le llamó sumamente la atención la elegante vestimenta que las mujeres portaban en ese momento, con vestidos pomposos y peinados extravagantes que hacían lucir muy sobrecargadas a las damiselas, por otro lado los hombres no llevaban armadura u otro tipo de ornamento que le sirviera para combatir, mucho menos alguna túnica como símbolo de ser algún rey o algo por estilo, mirando un poco más; logró reconocer su reflejo en un espejo y noto con cierta duda que su peplo blanco contrastaba demasiado con todos los presentes.
Las trompetas hicieron acto de presencia y un hombre desconocido anunció la llegada de los duques a la estancia, la castaña se giró esperando junto a los demás y cuando la puerta fue abierta de par en par sintió que el corazón en cualquier momento se detendría.
Con un elegante caminar, ataviada en un hermoso vestido crema de mangas largas que se ajustaba al cuerpo y marcaba la cintura; se presentó la duquesa. A su lado, a quien iba tomada del brazo, el duque; quien enfundado en un traje victoriano presentaba orgulloso a quien era su querida esposa. Dos niños corretearon hasta llegar a los mayores y se prendieron a la falda de la femenina, quien sonriendo les dijo algo que la delfiense no logro entender. «Eso fue... ¿Otro idioma?»
De repente todos los presentes alzaron sus cáliz, entre los presentes los ojos marrones lograron distinguir a dos hombres similares a Heraclio y Calixto que alzaban sus copas brindando por la feliz pareja que presentaban a sus hijos.
Escucho la algarabía de los presentes para luego ver como todo quedaba reducido a un fino polvo dorado, que danzando en aquel espacio negro fue desapareciendo hasta que repentinamente, grietas se formaron bajo Agatha y el piso se fracciono haciéndole de nuevo caer en aquel inmenso hoyo"Se despertó sobresaltada y se sujetó al escritorio por mero instinto.
Agatha se dio cuenta que estaba bañada en sudor, además que la respiración estaba entrecortada y trabajosa; casi como si hubiera corrido los veinticinco metros de la lampadedromía. Respiro profundo, tratando de tranquilizarse. Sus ojos marrones trataron de ubicarse; reparando así en el papiro donde anteriormente había escrito junto al trozo de pergamino que estaba doblado sobre el escritorio.
«¿Que diablos fue eso?» Inquirió a su mente tratando de no entrar de nuevo en pánico, poco a poco secuencias de lo que había visto se comenzaron a reproducir hasta dejar al hombre de los ojos avellanos junto a aquella mujer que tenía sus facciones. Miró de nuevo el papiro, lo tomó entre sus manos y leyó de nuevo el escrito con calma. «Oh, mierda»
...
Comenzó un nuevo día y como otras tantas veces, la castaña realizó sus actividades matutinas.
Acompañó a su madre al Varvakeios Agora y en un despiste de la mayor logró escabullirse de su vista. Comenzando a trotar llegó hasta lugar donde el puestecito de mandarinas debería estar, sin embargo, encontró cestas repletas de ciruelas, cajas con manzanas y otra gran variedad de frutas, además el amable anciano no se encontraba sino más bien una esbelta mujer que atendía a los compradores.
—Disculpe— Dijo llamando la atención de la mayor que le miro.— Usted sabe ¿Donde se encuentra el anciano que vendía mandarinas?
—Oh, ¿No lo sabes?— Pregunto la femenina.— Él falleció esta mañana.
Agatha sintió que todo se detuvo. ¿Ahora a quién demonios iba a preguntar si lo que había descubierto anoche era verdad o no?
Agradeciendo a la amable señora y se despidió para encaminarse hacia el lugar donde su madre aguardaba.
—¿Donde demonios te metiste Agatha? Me tenías preocupada.
—Ah, es que fui a ver si había mandarina— Respondió tratando de sonar normal para disponerse a ayudar con las compras.— ¿Podemos comprar algunos dátiles de camino a casa?
—Bien, pero no vuelvas a desaparecer así jovencita.
La castaña sintió, tomó entre sus manos la canasta de mimbre donde reposaban algunas frutas frescas para encaminarse a terminar las compras. Durante el camino iba pensando un poco, intentando buscarle una vuelta a esto. Pensó en preguntarle a su progenitora, pero lo descarto rápidamente, ella bien sabía que desde que su madre abandono el Oráculo no desea ligarse a nada que tuviera que ver con él, otra opción fueron las chicas de Atenas, sin embargo, se abofeteó mentalmente ¿Como diablos le iba a explicar eso a chicas que apenas y conocía recientemente? Su último recurso era Egan, pero cuando pensó en él algo en su interior se removió, algo así como un miedo inexplicable que se arraigo sin dejarle cavilar más.
Tras regresar a casa y ayudar un poco en la preparación del almuerzo se dispuso a ir a sus aposentos donde se dejó caer en la cama, mirando aun costado noto el cofrecito donde la sortija descansaba; reparando así en que había olvidado colocarla aquel día. Suspiro. observó el papiro donde tradujo el pergamino y sintió como si hubiera tenido alguna revelación. Se levantó con prisa para colocarse las zapatillas, saliendo de la casa y escuchando las interrogaciones de su madre en el interior de la morada.
Corrió por el mercado público y la Acrópolis hasta llegar a la cima; donde se alzaba majestuoso el templo de la diosa tutelar de la ciudad, respirando agitadamente y trató de recuperar el aire antes de proceder a entrar. En la puerta realizó una leve inclinación antes de encaminarse al interior donde los altos pilares le daban la bienvenida al recinto sagrado. En el centro encontró la gran estatua de bronce de Atenea y a la derecha el Partenón. Entró, notando al primer momento la poca luz que proporcionaban las velas y el olor a incienso que se mezclaba con el aroma de la miel, Agatha se arrodillo frente a la imagen de la diosa, pasó saliva con dificultad, sintiendo como su corazón latía con tanta rapidez cuando sus ojos marrones observaron los de aquella estatua blanquecina.
—Una cosa te pido, Poderosa,
Que no me has de negar por lo que ofrezco,
Si a tu lado crecido yo merezco
El amor sobrehumano de una Diosa.
Así que por favor
Permíteme poder saber cual es el camino que debo seguir.
Agatha se mordió el labio inferior con ciertas dudas, le habían enseñado a creer en lo omnipotente de todo dios, pero en ese momento sintió que no había ocurrido nada. Estaba desesperada, quería tan solo una ínfima señal de que había sido escuchada.
Espero lo que se le antojaron horas, a pensar de que sólo transcurrieron unos cuantos minutos, suspirando se levantó e hizo una reverencia, no estaba enojada ni mucho menos decepcionada, se giró con las intenciones de irse y al momento en que dio un paso no se percató de que el papiro cayo de su peplo hasta el piso de mármol. La figura de la chica castaña saliendo del templo fue lo último que se vio al momento en que se cerró la puerta detrás de ella.
La estancia volvió a la inmensa oscuridad que solo era alumbrada por el tenue fulgor de las velas. Una figura con piel de porcelana y las telas blancas del inmaculado peplo se hizo presente, inclinándose un poco tomó aquello que se le había caído a la chica, paseo sus ojos cafés por cada letra escrita en un perfecto griego antes de mirar hacia la entrada de su templo. Esbozo una imperceptible sonrisa antes de rozar con sus labios el trozo de papiro.
—Tu petición he escuchado, joven mortal.
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ᴛᴡᴏ ᴛᴡɪɴ ғʟᴀᴍᴇs ᴅᴇsᴛɪɴᴇᴅ ɴᴏᴛ ᴛᴏ ʙᴇ ᴛᴏɢᴇᴛʜᴇʀ
Teen Fiction«𝐅𝐢𝐠𝐮𝐫𝐚́𝐬𝐞𝐦𝐞, 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐚𝐡𝐨𝐫𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞𝐬 𝐡𝐚𝐧 𝐢𝐠𝐧𝐨𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧𝐭𝐞𝐫𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐥 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫 𝐝𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫; 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐢 𝐥𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢𝐞𝐬𝐞𝐧, 𝐥𝐞 𝐥𝐞𝐯𝐚𝐧𝐭𝐚𝐫𝐢́𝐚𝐧 𝐭𝐞𝐦𝐩𝐥𝐨𝐬 𝐲 𝐚...