𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏𝟎

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Transcurrieron un par de semanas, en las cuales Egan y Agatha mantenían pequeños encuentros que comenzaron a prolongarse hasta pasadas las tres de la tarde, en ocasiones se les unían Calixto junto a Heraclio y salían a pasear en grupo mostrándole la cultura de la ciudad a la joven de Corinto.

Aquel día en particular era importante para los jóvenes aspirantes a guerreros, pues se realizaría el combate donde se decidiría quienes se quedarían y quienes se irían.
Toda Atenas se reunió en el coliseo, las gradas estaban atestadas de atenienses que victoreaban y vociferaban a causa de la emoción que experimentaban, en medio de ellos se encontraba la delfiense junto a su madre. Agatha llevaba un peplo tono rosa pálido que apenas le llegaba a las rodillas; junto a las zapatillas sencillas y el cabello recogido en una trenza. Se encontraba ansiosa cuando vio a todos los aspirantes salir y notó entre ellos a aquellos bellos ojos avellanos que conectaron con los suyos brindándole seguridad de que todo esto era pan comido para él.

El shofar dio el inicio, una sucesión de combates cuerpo a cuerpo y en pareja donde los chicos pasaron a la siguiente ronda, el dominio del arma fue el posterior encuentro. El cuerpo de varios ya se encontraba magullado junto con algunas heridas, las vestimentas de entrenamiento con algunos cortes, pero aun así los que habían logrado sobrevivir se encontraban atentos a la última prueba.

El primero en pasar fue el ateniense de tez bronceada, equipado con una lanza y el escudo se presentó en medio de la arena donde todos le aclamaron antes de ser toda la muchedumbre silenciada abruptamente por el golpe repentino dado contra las compuestas del lado izquierdo. El shofar hizo la aparición con su característico sonido abrumador, todo el coliseo quedó en silencio, las compuertas se abrieron y Egan afianzó el agarre en su lanza, agudizó sus sentidos al momento en que escuchó un gruñido y se preparó para lo que vendría siendo la prueba final.

...

Leones y quimeras que se abalanzan sobre sus presas.

La castaña se aferraba del peplo empuñando y arrugando la tela cuando el cuerpo del ateniense cayó de nuevo a la arena. Sus ojos marrones observaba azorados como la sangre escurría de la cien hasta deslizarse por el cuello mezclados con los granitos del albero, se ponía cada vez más nerviosa cuando notaba la respiración agitada que denotaba cuan cansado se encontraba su pareja.

El león gruñó desde la más profundo de sus entrañas estremeciendo la estructura, el chico de cabellos cafés jadeo, se deshizo del escudo y se colocó en posición defensiva, sus fanales avellanos observo de soslayo la lanza que había quedado incrustada en el albero mientras analizaba el siguiente paso del gran felino frente a él. Egan deslizó levemente el pie derecho para girar abruptamente y echarse a correr hacia donde el arma había quedado, el león le siguió de cerca gruñendo y deseoso de probar la carne fresca. Los cuidados vociferaban extasiados ante el magnífico espectáculo que presenciaban mientras otros sentían condolencias por la pobre alma del joven.

—¡Egan! ¡Ve hacia la derecha y trepa al muro!— Calixto se aferraba a los barrotes que separan de la arena.

—¡Egan deja la maldita lanza y huye!— Exclamó Heraclio con desespero cuando vio que el león le pisaba los talones a su compañero, sin embargo, sus indicaciones fueron totalmente ignoradas o silenciadas por las exclamaciones de la muchedumbre. Observaron como la bestia gruñía y mordía el aire por una mínima separación del cuerpo de su presa.— No va a lograrlo...

—¡Egan!— Desde las gradas la castaña se levantó y le gritó con todas sus fuerzas, en su rostro se notaba la clara desesperación que sentía al ver al ateniense correr y lanzarse para tomar la lanza rodando luego por la arena.— ¡Egan cuidado!

Todos presenciaron con horror como el león se alzaba sobre su presa con el hocico abierto dejando relucir sus afilados colmillos.
Todos fueron testigos de cómo la bestia terminaba sobre el joven chico.
Un minuto de silencio.
Agatha se apoyó del muro que separaba a las gradas de la arena, sus ojos marrones observaban inquietos como el león se removía. Heraclio junto a Calixto esperaron expectantes cuando el carnívoro dejó escapar un gruñido de dolor antes de caer totalmente sobre el joven.

Se produjo un minuto de silencio donde todos vieron cómo el cuerpo del felino comenzaba a removerse, los orbes marrones se abrieron con sorpresa al notar algo bajo el león.

—¡Agatha! ¿¡Que diablo estás haciendo!? ¡Vuelve aquí inmediatamente! ¡Agatha!

Ignorando los regaños de su madre, la castaña se impulso para saltar el muro que separaba a las gradas de la arena y deslizarse por uno de los pilares hasta llegar al suelo donde se echó a correr viendo como el cuerpo inerte de la bestia era removido poco a poco hasta que el joven guerrero logró salir de este jadeando y bañado en el líquido carmín del animal. Egan jadeó, apoyado en sus antebrazos trato de recomponer el oxígeno que se esfumó de su pulmones por el sobreesfuerzo que realizó, escucho de una manera lejana los aplausos y euforia de los ciudadanos cuando se incorporo demostrando que aún vivía luego de aquel ataque.

—Si lo... logro...— Dijo incrédulo el chico de tez canela que presenciaba cuando el cuerpo de su amigo era sostenido por los delgados brazos de la chica delfiense que había logrado llegar antes de que Egan tocará el albero.

Calixto gritó que abrieran la verja y corrió junto a Heraclio para reunirse con el ateniense maltrecho que trataba de mantenerse consciente.

—¡Mantente despierto! ¡Quédate con nosotros! ¡Egan!— Suplico Agatha casi al borde de las lágrimas, los ojos avellanos le miraron y la débil mano que se alzó para acomodar un travieso mechón que había logrado salirse de la trenza junto a la tenue sonrisa que el chico de cabellos cafés logró darle antes de ceder al cansancio.— No por favor... ¡Un maldito médico! ¡Egan!

Comenzó a despertar, sus párpados se abrieron y cerraron lentamente e intentó incorporarse, sin embargo, no pudo, un dolor insoportable se presentó en su abdomen extendiéndose por el brazo izquierdo haciéndole jadear de dolor para volver a recosta...

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Comenzó a despertar, sus párpados se abrieron y cerraron lentamente e intentó incorporarse, sin embargo, no pudo, un dolor insoportable se presentó en su abdomen extendiéndose por el brazo izquierdo haciéndole jadear de dolor para volver a recostarse en el lecho donde respiró agitadamente. Egan trató de normalizar la respiración, concentró toda su atención en cualquier cosa menos en el dolor que sentía en todo su cuerpo y como si la hubiera invocado se abrió la puerta dejando pasar a la chica castaña que traía el cuenco de madera con agua fresca.

—Atha— Susurro de una manera queda y lastimera atrayendo la atención de la femenina que le miró sorprendida antes de que el labio la temblara.

—Egan...— Pronunció despacio mientras saboreaba cada letra. Dejó el cuenco sobre la cómoda para inclinarse un poco y rozar levemente el rostro del ateniense.— Despertaste— Dijo con una sonrisa mientras con delicadeza rozaba las mejillas del chico.— ¡Maldito idiota! ¡Eso fue lo más descuidado y estúpido que has hecho en tu bendita vida; Egan! ¡Tu madre estaba preocupada por ti, Heraclio junto a Calixto han estado pegadas a la maldita cama esperando que despiertes y yo... yo!

Una lágrima descendió, seguida de otra que se deslizó el pómulo hasta llegar al mentón y caer sobre las delgadas sábanas, un sollozo que trató de ser ocultado y los brazos que con dificultad le rodeaban tratando de tranquilizarla.

—Ya ha pasado querida, ya ha pasado— Dijo entre susurros mientras peinaba con gentileza las hebras castañas.— Ya ha pasado todo Atha.

La delfiense se aferró al chico de tez bronceada, sorbiendo por la nariz y dejando escapar un sollozo, al menos agradecía que las cosas no hubieran sido igual que a las de su sueño.

...

Durante los siguiente días el chico de cabellos cafés fue cuidado por Agatha, recibió la visita de los chicos y algunos de sus compañeros, por supuesto la de su madre que le reprendió por tratar de darse del héroe. Todas las tardes la delfiense le hacía beber un té que le ayudaría a recomponer energías, se encargaba de cambiarle las vendas y aplicar el ungüento en las heridas, en ocasiones le preparaba la comida o en otras se ofrecía a ayudarle a comer, Agatha solía quedarse hasta que después que el ateniense se durmiera rezando para que en ninguna noche se presentará alguna visión durante sus sueños.

Transcurrieron aproximadamente dos semanas para que Egan volviera a sus actividades cotidianas, las cuales se vieron afectadas cuando su mentor le anunció que había logrado ser seleccionado para unirse al ejército helénico. El chico de lindos ojos avellanos estaba tan extasiado que aquella tarde cuando la castaña fue a visitarlo le sorprendió abrazándola y alzándola.

—¡Whoa! ¿Cual es la buena nueva?— Pregunto la chica de tez trigueña cuando logró tocar de nuevo el piso.

—Logre unirse al ejército helénico— Respondió como cual niño pequeño que ha estado anhelando desde hacía un buen tiempo aquel lindo juguete.— Lo logre, Atha.

—F-Felicitaciones, Egan...

El corazón le dolió al decir aquello, escuchó un pitido ensordecedor que le hizo sentir como su alma abandonaba su cuerpo haciéndole percibir como si ya no se encontrase en aquel plano terrenal, sin embargo, el tacto de las manos que le asieron de los antebrazos le trajo de nuevo a la realidad ignorando ese leve mal presentimiento que comenzaba alojarse en su pecho.

«Por favor, que no ocurra nada raro a partir de ahora» 

ᴛᴡᴏ ᴛᴡɪɴ ғʟᴀᴍᴇs ᴅᴇsᴛɪɴᴇᴅ ɴᴏᴛ ᴛᴏ ʙᴇ ᴛᴏɢᴇᴛʜᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora