El vendedor

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Era hermoso aquel jardín en el verano, el pasto verde relucía con el sol de mediodía apuntando directo al suelo, las flores rojas y amarillas se colocaban de tal manera que parecían formar una alfombra colorida sobre la naturaleza y los árboles desbordantes de vida invitaban a refugiarse en su sombra del calor.

Ahí, recargada en el tronco de un árbol, una joven de unos veinte años contemplaba el espectáculo de la radiante vida pero no disfrutaba para nada semejante espectáculo, por el contrario, odiaba la armónica belleza del terreno y sus irritados ojos lo demostraban.

No, en esos instantes la belleza era de lo más detestable pues ¿Cómo podía apreciarla si ella no la tenía? Acababa de ser humillada por su amor, la encontraba repugnante y no quería saber más de ella.

Carmina se mordió los labios para no llorar y molestar a los visitantes del jardín. Lo sabía, se decía, no era bonita: Esos labios gruesos, la piel oscura, baja de estatura y con sobrepeso, se sintió avergonzada de solo imaginarse e intentó distraerse al sacudir la cabeza.

—Cualquiera que la viera diría que tiene una pelea consigo misma—.

Le habló un atractivo hombre mayor, de cuarenta y tantos años, su piel oscura como si fuese caramelo era suave, lisa como la porcelana, el cabello castaño un poco largo se recogía en una trenza poco arreglada.

—Se confundirían— le contestó Carmina.

—Perseo, llámeme Perseo— se presentó el desconocido con una leve sonrisa.

Ella le saludó, en esos momentos no le apetecía entablar una conversación con un desconocido, con amabilidad se retiró pero Perseo en lugar de despedirse le dijo.

—El mal de amores es complicado, tómese su tiempo—.

Carmina le miró con recelo, el hombre sonrió para tranquilizarla, no lo decía con mala intención, de algún modo su trabajo le había sensibilizado para comprender las emociones humanas y podía notar la desilusión en la joven.

— ¿Y cuál es ese increíble trabajo? — interrogó Carmina.

—Vendedor—.

A la señorita se le escapó una risita, aquello rompió la tensión de Carmina, por unos momentos se le olvidó que su exnovio le rompió el corazón. Le sonrió a Perseo y se atrevió a preguntarle que vendía, el hombre se encogió de hombros "casi cualquier cosa" fueron sus palabras. De nuevo Carmina rio.

—Si tiene algo que me de la belleza a los ojos de otros se lo comprare— su voz denotaba la incredulidad de poder vender casi cualquier cosa.

Perseo le miró con melancolía —Debería cuidar las palabras que usa, usted ya es bella—.

—Es en serio, si usted me vende la belleza yo se la compró al precio que sea. Le doy mi palabra— y levantó la mano izquierda como símbolo de su promesa.

El hombre dio un suspiro, parecía cansado, metió su mano en la bolsa de su pantalón y sacó una pequeña esfera roja del tamaño de una canica, se veía como un dulce. Lo entregó a la mano extendida de Carmina.

—Cómalo y la belleza será suya—.

Carmina lo aceptó y se fue de ahí, aquel desconocido le había cambiado el humor con su broma y lo agradecía, así que pasó por alto el último detalle de la situación.

Al llegar a casa se ocupó de sus pendientes, comió un poco y subió a su habitación, nada más al abrir vio el enorme peluche que le había regalado su exnovio en su cumpleaños; corrió hasta el animal azotándolo con furia para liberarse de sus malos sentimientos pero no la hacía sentirse satisfecha, sus ágiles manos encontraron unas tijeras y comenzó a desgarrarlo.

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