Amarillo Sobre Gris

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Día 1.

Un sonido fuerte y desconcertante me hace sentir aturdido, mi despertador está sonando. Torpemente alcanzo la lámpara sobre mi mesita y la enciendo para encontrar y apagar el despertador.

Me levanto, me ajusto la cintura de los pantalones del pijama, enciendo la luz de mi cuarto y a continuación subo la persiana para ver a una Barcelona nocturna, aún durmiente a las 06:00 am.

Entro en el lavabo, me acerco al lavamanos, abro el grifo y me enjuago la boca. Luego me pongo frente al váter, levanto la tapa, me bajo los calzoncillos y orino. Los orines tiñen de amarillo el agua de la taza de váter grisácea. Al acabar me seco con papel higiénico, me vuelvo a subir la ropa, cierro la tapa y tiro de la cadena.

Me lavo las manos mientras miro mi cara en el espejo, las sienes se me están volviendo plateadas y dos líneas verticales en las comisuras de mi boca cruzan mi tez desde la nariz hasta el mentón.

Me froto con jabón las manos, abro el grifo, me las enjuago, cierro el grifo, cojo la toalla, me las seco, vuelvo a dejar la toalla en su sitio y salgo del lavabo en dirección a la cocina.

Una vieja cafetera italiana de aluminio me espera sobre el mármol, llena de café frío que preparé el día anterior.

Cojo un vaso de cristal y una vieja taza gris del estante de la vajilla y vierto el café en la taza, abro la puerta del microondas y la pongo dentro. Abro la nevera y saco una botella de zumo de manzana amarillento con la que lleno el vaso de cristal.

El microondas hace "ping".

Saco la taza y me la llevo a la mesa del comedor junto al vaso. Barro con la mano las migajas que quedaron sobre el mantel de la cena de ayer. Hay mañanas que se hacen exasperantemente lentas, esta es una de ellas. Me siento y le doy un sorbo a la taza de café. Está hirviendo, no debería haberla puesto tanto rato en el microondas.

Dejo la taza sobre la mesa otra vez y le doy un sorbo al zumo de manzana. Está helado. Aún así me lo bebo poco a poco.

Una vez he acabado el zumo, acerco la taza de café a mis labios y vuelvo a probarlo: la superficie está tibia, pero el resto está frío. Me lo bebo también; necesito esa cafeína ya.

Bostezo y estiro los brazos, empezándome a despertar. Pronto me ducho, me visto con un jersey negro, unos pantalones grises y salgo a toda prisa de casa. Una vez en la calle, miro mi móvil, son las 6:30. Entro en la estación de metro de Jaume I y espero en el andén.

En el banco de piedra hay sentada una mujer obesa con rasgos andinos y un chico de unos 30 años con cicatrices de quemaduras en la cara y en el dorso de la mano derecha, con la que sujeta un móvil. Al fondo del andén hay una chica joven con un vestido negro y el pelo blanco a la que no llego a ver bien. El metro llega, la mujer andina, el chico de la cicatriz y yo entramos en un vagón. El interior está casi vacío así que me siento en uno de los asientos grises reservados a gente mayor y la mujer andina se sienta en el del otro lado. El chico de la cicatriz sigue toqueteando su móvil, agarrado a una de las barras que hay cerca del acordeón que separa los vagones.

Llego a la estación del Comte duc d'Almodia y me bajo, en dirección al edificio de oficinas de Acromasa. Trabajo en el sector de I+D de la empresa, me gano el sueldo diseñando aparatos que permitan al consumidor hacer lo que le dé la gana sin renunciar a una vida de sedentarismo absoluto en la que solo tenga que estar tumbado en el sofá mientras un robot criado le hace las tareas de casa. Sobra decir que no gano suficiente como para permitirme las comodidades que diseño, ni siquiera puedo comprarme una triste cafetera de cápsulas para no beber café recalentado todas las mañanas.

Amarillo Sobre GrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora