Capítulo 7

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Carlos

Carlos

No pude esperar ni un segundo más desde que mi padre me dio las instrucciones. Rápidamente armé mi bolsa con comida, agua y algunas monedas que saqué del bazar, junto con otras cosas esenciales. La adrenalina corría por mis venas mientras me preparaba para emprender el viaje. Mi padre entró a mi habitación con información crucial.

—Se han ido rumbo al este, mis contactos dicen que el camión con los soldados ha tomado el camino viejo que conduce a la antigua frontera de Solticia, yendo hacia las montañas —informó mi padre.

—¡Bien, al menos sabemos hacia dónde se fueron! Supongo que han cruzado hacia Solticia —expresé con un atisbo de esperanza.

—Lo más probable es que sí, de seguro el Sultan les ha dejado pasar sin ningún problema —comentó mi padre con preocupación. —Por favor, ve con cuidado, no hagas ninguna estupidez que ponga tu vida en riesgo. Solo observa y vuelve si descubres algo, no actúes solo.

—No te preocupes, nada malo me pasará —le aseguré, dándole un abrazo de despedida.

Salí de casa y me dirigí hacia el este. Uno de los caballos de mi padre ya estaba listo esperándome. Partí rumbo al este, saliendo de la ciudad, consciente de que tenía que aprovechar la luz del día. Cabalgué a través del bosque y, en mi trayecto, le di de beber al caballo de un arrollo que encontré. Descansé unos minutos y luego continué mi viaje.

La noche se acercaba y había cabalgado casi todo el día. Cada hora que pasaba, cada paso que daba, veía menos zona verde, señal de que me acercaba a la frontera. Me sorprendía lo mal protegido que estaba este lugar. A pesar de los riesgos, decidí pasar por debajo de la cerca que separaba ambas naciones. A pocos metros, vi una patrulla del ejército de Solsticio, pero para mi sorpresa, estaban más interesados en cantar y bailar borrachos alrededor de una fogata que en patrullar.

Me escondí detrás de unas enormes rocas con mi caballo. Una vez lo suficientemente lejos de la patrulla, retomé mi camino, aunque desviándome un poco debido a las rocas. Mi caballo parecía entender la importancia del sigilo, siguiéndome silenciosamente.

El cansancio y el sueño empezaban a afectarme, pero no podía detenerme. Mi madre y mi hermana necesitaban mi ayuda. Cada paso del caballo nos adentraba más en el desierto, pasando por pueblos solitarios en la noche, aprovechando la falta de ruido en las calles para pasar desapercibido.

La madrugada avanzaba, y mi caballo y yo nos detuvimos para descansar y comer. Cerca, vi un campamento de los Giltas, nómadas con los que mi padre y yo solíamos llevarnos bien. Rori, un amigo de la comunidad, me recibió efusivamente.

—¡Amigo, tanto tiempo! —exclamó Rori.

—Un gusto verte —respondí, agradecido por el encuentro.

—¿Qué haces por estos desérticos lados? —preguntó con su característico acento, poniendo énfasis en las últimas letras de cada palabra.

—Necesito ayuda —le expliqué. —Hace unos días, el reino de Ashlar atacó nuestra ciudad y se llevaron a mi madre y a mi hermana. Necesito saber si has visto o sabes algo al respecto. Mi padre y yo hemos investigado, y nos han dicho que han escapado por estos lados.

Rori expresó su pesar, y su esposa sugirió buscar información en el pueblo cercano. Así, Rori y yo nos dirigimos al pueblo, recorriendo locales y preguntando, pero sin éxito. Hasta que una señora en el mercado nos dio una pista valiosa.

—¿Qué recibo yo a cambio de la información? —preguntó la señora, cruzándose de brazos.

—Solo vea este dije —le dije, mostrando una cadenita con una piedra roja en forma de corazón. —Si me dice hacia dónde se dirigieron los soldados Ashlarenses, será suyo.

La Hija del MercaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora