único

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advertencia: esta historia contiene smut (consentimiento dudoso, somnofilia y un poco de violencia) y son dos locos de mierda. el que avisa no traiciona



Era realmente odioso salir a bailar con Leandro. Las primeras veces no sabía por qué. Era como una molestia en el borde del estómago, que después desaparecía con el alcohol y el retumbar de la música fuerte, pero que regresaba cuando la noche se drenaba y todos volvían al amanecer al fondo del bondi, destruidos. Ni bien Enzo entró a la facultad se hizo amigo de Julián, Nico, Ale y Lisandro, sin embargo, para él Leandro era el amigo de ellos. Lo miraba reposar la cabeza contra el asiento forrado del transporte público, con los ojos cerrados y una expresión apacible, conociéndolo, tratando de no vomitar, y es entonces que Enzo caía en la cuenta de que aún seguía considerándolo amigo de sus amigos. Había una barra que no podía ser cruzada.

Enzo se sentiría mal por ello si no fuera porque sabía que Leandro pensaba exactamente lo mismo de él, y si pasaban tiempo juntos era porque estaban obligados. A ver, eran adultos y no estaban en el secundario como para que la rivalidad fuese realmente importante. No saltaban al cuello del otro si estaban más de cinco minutos en un mismo lugar. Pero quizá las reacciones y los comentarios pasivo-agresivos eran mucho peor, porque terminaba poniendo incómodos a todos y, más que nada, conscientes. Julián estaba un tanto orgulloso del día en que se levantó de la mesa del buffet en medio de una discusión —que, si vamos al caso, ni siquiera había iniciado por algo grave— al canto de "Me voy, no aguanto más esta tensión sexual".

Orgulloso porque un par de segundos después, Ale, Lisandro y Nico lo siguieron, este último aguantándose la risa en lo que Enzo prometía, juraba entre dientes que se la iba a cobrar. Y los dejaron solos, con la palabra sexual haciendo más eco en sus cabezas de lo que hubiese sido recomendado.

Enzo sólo atinó a juntar sus cosas e irse, mientras Leandro sonreía pícaramente. Justo como Enzo odiara que hiciera. Tal vez es por eso que lo hacía, o porque ya era un gesto normal de su cara y un rasgo base de su personalidad. Enzo no sabría decir cuál era peor.

Pelear sobre gatos y perros y sabores de helado y Don Satur dulce o salado estaba permitido hasta cierto punto, era divertido, e incluso funcionaba de filtro para cada persona que Enzo conocía. Pero que alguien hablara algo de River, el club de sus amores, teniendo aquella villereada —puesto en sus propias palabras— de tatuaje de la Bombonera en el pecho era que le tocasen una fibra. Que alguien como Leandro le tocase lo más preciado que tenía en la vida de una forma tan burlesca rozaba lo intangible y lo que no podía poner en palabras porque era odio que existía más allá de su cabeza.

Enzo creía que allí comenzó todo. La primera vez que cayó a clases con una campera de River y Leandro exclamó en voz alta cuando lo vio "Ah bue..." Ese ah bue lo hizo parar en seco y darse la vuelta como Terminator. Ah bue. "Ah bue ¿qué?"

Leandro se había encogido de hombros. —Pensé que estabas del lado correcto de las cosas.

Enzo estaba del lado correcto de las cosas. Odiaba la menta granizada, prefería los gatos y mucho, demasiado más importante, los bizcochitos salados. River, sin embargo, formaba parte de su identidad desde sus planes hasta su nombre, y estaba bien en ese entonces: no pretendía que alguien como Leandro lo entendiera.

El problema es que Leandro lo entendía, porque antes de presentarse como Leandro, se presentaba como hincha de Boca. Si hubiese un podio de cosas que más odiaba de Leandro primero estaría el hecho de que fuera tan enfermo y pasional con Boca como lo era él con River: porque sabía que por más que Julián y Nico también lo fueran, jamás lo iban a entender de la misma manera.

me verás volver 》enzo/lean.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora