30
Su fuego interior
El sonido de la piel siendo resquebrajada logró paralizar a Fayna en su lugar.
Las lágrimas no habían dejado de recorrer su rostro sonrojado, mientras que el de su madre se volvía cada vez más pálido y enfermizo... tornándose cenizo con el tiempo.
Uno de los soldados alados sacó el tafiague. Su halo ambarino brilló bajo la luz de la luna antes de ser clavado en el costado de su madre. Cuando el soldado la sacó, la hoja estaba teñida de rojo. De la sangre de Chaxiraxi. De un color igual de intenso que el crepúsculo que estaba ocurriendo sobre sus cabezas. El rayo de Tizziri iluminaba el rostro mortecino, dándole un aspecto incluso más mortal del que tenía.
—¡No! —gritó Fayna.
Esa única palabra logró rasgarle la garganta por completo.
Cayó de rodillas al suelo cálido, sin dejar de temblar. No despegó la vista de su madre, observando a la vida escapándose con cada nueva respiración. Solo se permitió apartarla un momento, para ofrecerle toda su furia contenida en sus ojos a la mujer, que miraba lo ocurrido con diversión junto a Leo, que no mostraba ningún tipo de emoción, aunque tenía un brillo extraño en la mirada.
«¿Se estará arrepintiendo?», le habría gustado preguntarle, sin embargo, negó con la cabeza, quitándose esa idea de la mente.
Incluso si le pidiera perdón de rodillas suplicándole por su misericordia, jamás se lo daría.
Nunca se lo iba a perdonar.
Todavía temblando, Fayna se levantó del suelo y acortó la distancia entre ella y su madre con las pocas fuerzas que tenía hasta que colapsó contra el suelo, junto al moribundo cuerpo. La piel tan clara y tersa que siempre tuvo, se iba volviendo cada vez más gris, más mortecina. Las venas se iban ennegreciendo, formando pequeños ríos de oscuridad alrededor de sus brazos, piernas y cuello, que iban ascendiendo hasta su rostro.
Fayna le retiró un par de mechones rojizos, colocándoselos detrás de la oreja, como había hecho su madre tantas veces con ella.
—Matadme a mí, no a ella —susurró, con la voz ronca por la colisión de emociones que estaba experimentando—. ¡Matadme a mí!
La mirada escarlata de Chaxiraxi se clavó en ella una última vez, con el cariño y amor que sentía por Fayna tiñéndola, en lugar del miedo de que la muerte la estaba acechando. Acercó una mano a su mejilla y la acarició con dulzura, retirándole las lágrimas que seguían humedeciéndolas. Fayna giró ligeramente el rostro, absorbiendo por completo el tacto de su madre, aunque no fuese tan cálido como solía serlo.
El calor que siempre había desprendido empezó a desaparecer y el tacto, que siempre había sido suave, comenzó a agrietarse.
—No me dejes —le suplicó, una y otra vez. Aun sabiendo que era inevitable lo que estaba a punto de ocurrir... Siguió suplicando—. No me dejes ahora cuando te he recuperado.
Fayna apoyó una mano sobre la que su madre tenía en su mejilla, manteniendo el contacto entre ambas el mayor tiempo posible. Una pequeña sonrisa llena de tristeza se dibujó débilmente en el rostro de su madre, que solo consiguió romperla un poco más.
—No llores, princesa —masculló como pudo, ante de romper a toser, borboteando sangre de sus labios, tiñéndolos de rojo—. Siempre estuve, estoy y estaré contigo.
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Yin. El bien dentro del mal
FantasyAlgunos son consumidos por el fuego. Otros nacen de él. *** Fayna sueña despierta con que alguna de esas leyendas fantásticas que lee a escondidas se hagan reales. Pero... ¿qué pasaría si realmente se h...