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La implacable proximidad de ese retumbar nos dio una idea de lo que se trataba

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La implacable proximidad de ese retumbar nos dio una idea de lo que se trataba. Antes que ellos pude captar la presencia de al menos una docena de feroces motores. La fuerza de aquel rugir me recordaba a las persecuciones, y se oían por todos los ángulos de la casa.

Hobi se congeló, porque ya de por sí tenía la guardia baja. Y a mí, igual que siempre, me sobraban las certezas de que algo muy malo nos iba a pasar.

—¿Qué mierda es esta? —profirió Jungkook y luego volteó en mi dirección—. Llévatela de aquí, Hobi.

Junto a una ráfaga de balas estallaron los ventanales del primer piso y se me escapó un grito. Mis manos volaron hacia mis oídos, pero no permanecieron allí mucho tiempo antes de que Hobi agarrara una de mis muñecas y comenzara a correr conmigo.

Efectué una rápida mirada inquisidora al verdor exterior para descubrir el origen, pero no vi nada, estaban disparando a mucha distancia.

Atravesamos los pasillos colindantes a la oficina y subimos las escaleras sin parar. Todo se vio nublado en el camino. Trastabillé muchas veces por no poder seguirle el paso, pero su mano no me soltaba. Me condujo entonces a través de uno de los baños del servicio hasta una escalera que estaba casi en noventa grados.

—Por aquí, mona, apresúrese.

Él se ubicó detrás de mí y yo me serví de mis manos para subir. Escalón por escalón Hobi resguardó mis pasos hasta que una fuerte brisa azotó mi cabello y entendí que habíamos llegado a la azotea.

—No va a pasarle nada. Solo trate de que no la vean.

Cerró esa suerte de escotilla en cuanto estuve completamente afuera y me embargó el desamparo bajo ese desaforado anochecer.

Hubo, de pronto, una nueva oleada de motores y mi estómago vibró de miedo a su compás. Cubrí mis oídos ante los disparos que ahora se habían vuelto azarosos, al igual que los gritos. Se alcanzaron a reventar un par de ventanas más, hasta que todo se detuvo.

Me erguí lentamente y me atreví, con mucho cuidado, a asomarme para ver el panorama. Apoyé mis manos en el barandal de piedra y lo primero que vi, en diagonal, fue a Jungkook en el segundo piso. En la oscuridad y de brazos cruzados observaba a sus hombres caer tratando de defender su morada. Solo se movió para cargar su arma en cuanto vio la reja principal de su casa comenzar a abrirse lentamente.
Un tipo la empujaba sin dificultad.

—¡Estás rodeado, Jungkook!

Mis pupilas se dilataron en cuanto pude reconocer esa voz. Estaba distinta, sin embargo, más ronca, con una determinación casi diabólica. Se me erizó la piel y creí estar alucinando.

—¡La quiero a ella! —espetó Jimin en un feroz grito a la distancia—. ¡Entrégamela y me iré!

Su aspecto había cambiado. No era el mismo y no podía dejar de recordarlo. En casi seis meses de ausencia, distancia, solo vestigios quedaban de lo que Jimin era realmente. Su cuerpo ahora era fornido, muy grande. Cualquier retazo de aquella tierna contextura de adolescente que lo caracterizaba se había ido para siempre. En la calle no lo hubiera reconocido, ni de cerca. Su mirada también se había endurecido, y manipulaba esa ametralladora colgada de su cuello con muchísima confianza.

La Mia Ragazza | J.JK - P.JM [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora