La noche del sábado llegó.
Disfrutábamos las últimas horas del día acurrucados en el sofá, decidiendo qué película ver, pero nada nos convencía.
-¿Y si vamos a dar una vuelta en auto?
Asentí. Salimos disparados a calentar agua para el mate mientras nos poníamos algo abrigado.
Estaba poniéndome mi campera blanca estilo puffer cuando Agustín dice
-Me haces acordar a esa foto del papa hecha con IA.
Reimos por unos segundos al recordar la imagen y me cambié la campera por una más liviana de color negro que le pertenece a él.
Mientras Agus manejaba yo servía los mates.
Compartíamos una charla cálida, acompañada de pequeñas risas y la música aleatoria de una de mis tantas playlists.Música a la que le prestábamos cero atención, ya que la voz y risa del otro nos parecía mejor melodía.
Llegamos a la rotonda. Agustín estacionó el auto y bajamos para sentarnos sobre una manta y disfrutar de una noche fresca.
En un momento el silencio reinó entre nosotros. Agustín se acostó y yo seguía cada uno de sus movimientos desde arriba, ya que seguía sentado, apoyado en mis brazos detrás de mí espalda.
La luz de la luna reflejó en la cadenita que el morocho porta siempre en su cuello.
Valentín fijó sus ojos allí, sin poder evitar subir un poco la vista y posarla en los labios del mayor.-Mirá -dijo Agustín sacándolo de su trance, apoyó su mano en la palma del más joven para llamar su atención.
El colorado miró hacia el cielo. Sonrió al notar lo estrellado que estaba. Luego notó el calor en su rostro debido al tacto que hubo entre ellos.
Para evitar que el otro note que estaba más colorado de lo normal, decidió acostarse a su lado.
Error.
Sus hombros se rozaban.
El toque era mínimo, pero para Valentín fue suficiente.Ahí, justo en ese momento, con un silencio que lo aturdía, lo confirmó.
Está enamorado.
***
El camino de vuelta fue silencioso. Sólo se escuchaba la música que nuevamente puso Valentín.
Esta vez Barco iba mirando por la ventana. No pensaba en nada, su mente y vista solo se concentraban en la iluminada ciudad.
Todo esto fue interrumpido por Agustín, que sin previo aviso posó su mano derecha en el muslo de Valentín.
El recién nombrado sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. Dio una pequeña mirada hacia el piloto, pero él ni se inmutó, seguía con su vista mirando al frente.
El bonaerense, luego de unos minutos logró acostumbrarse al tacto y disfrutó el resto del camino las pequeñas caricias que el san carlino le brindaba. Pero ese sentimiento raro que sentía en la parte baja de su abdomen no lo abandonó ni un segundo, estaba seguro que eran las tan famosas "mariposas en el estómago".
Al llegar a la casa ya era media noche, así que fueron directo a la habitación de Giay a prepararse para dormir.
Agustín fue el primero en acostarse, esperó unos minutos hasta que Barco volvió a la habitación y le abrió los brazos para que se refugie en ellos, y así hizo.