Gran parte de la sede de Washington ya se había marchado de la casa de los Laurens. Gran parte, porque aún quedaba John y Alexander que había caído enfermo. John se había pedido unos días para estar con su familia y poder despedirse de su pequeña que, por mucho que le dolía era la decisión correcta.
-Alex- dijo John apoyándose en el marco de la puerta del pelirrojo que se había sentado a escribir al lado de la chimenea. -He pedido que te preparen un baño caliente- dijo acercándose con ternura.
-¿Un baño caliente?- Preguntó el pelirrojo con algo de ilusión en sus ojos y miró a John. -Nunca he tenido un baño calentito.
-¿No? ¿Ni siquiera en la casa de los Schuyler?- Preguntó con curiosidad. -Pensaba que ya te habías convertido en un rico galán.
-Creo que no he pasado suficiente tiempo allí, no soy aún como tú- afirmó. -De hecho, tendrás que enseñarme a rezar y esas cosas. Seguro a mi suegro le gustaría.
-¿También quieres que te enseñe a tocar el clavecín?- Bromeó John y Hamilton rodó los ojos. Con el tiempo, John empezó a aceptar el matrimonio de Alexander, al final, Elizabeth era una buena mujer. Incluso dijo que quería conocer a Frances, tal vez eso cautivó a John. -Ves a darte el baño. Me encargaré de buscarte ropa más caliente y si necesitas algo avísame.
-De acuerdo- dijo con una pequeña sonrisa.
-Te he dejado toallas, jabones y demás allí- afirmó John dejando un beso en la cabeza de Alexander. Sabía que estar enfermo era frustrante para él, a penas podía hablar con ese dolor de garganta y estábamos hablando del mismísimo Hamilton que no cerraba la boca en horas.
-¿Esto tiene trampa?- Preguntó Alexander levantándose y John negó. -¿No me has metido un caimán en la bañera?
-No, Alex- aseguró y Hamilton le miró sabiendo que algo escondía.
-Jack, dime- dijo el pelirrojo y finalmente John, algo avergonzado le confesó su intención.
-¿Me dejas cuidarte el cabello?- Pidió llevando la mano. Aunó de los rizos de Alexander que asintió. -Tenemos un tiempo a solas. Acabo de dormir a Frances y mi padre está entusiasmado trabajando- aseguró y mientras el caribeño fue a su baño, John buscó ropa caliente que pudiese dejarle para llevar bajo del uniforme.
John disfrutó encargándose del rizado cabello de Alexander y parecía hacerlo muy entretenido. Aceites, desenredar, limpiar, enjuagar... Todo eso lo hacía con la paciencia que no tenía Alexander. -Es hermoso- dijo dejando los mojados rizos de Hamilton y los empezó a secar con la toalla. -Mira que definidos y preciosos están.
-Gracias, me ha venido bien. Ha sido relajante- aseguró contento y John, cuando terminó con el cabello le pidió que le permitiese echarle un par de cosas en la cara para dejarla más suave de lo normal. -Si no fueses tú, no te dejaría echarme tantos potingues.
-Pero tu cabello está precioso- aseguró con su sonrisa emocionada por tal cosa. -Tienes la piel muy seca, necesita aceite de lavanda y...
-En el ejército no tenemos todas esas cosas, ¿lo sabes?
-Claro que lo sé, por eso, déjame que te consienta si estás en mi casa- dijo el mayor. -Por una vez que lo hago aún te quejarás.
-No, no, te lo agradezco mucho. Agradezco que estos últimos años estés siendo tan atento conmigo. Creo que Frances te ha hecho bien- se sinceró el pelirrojo viendo al rubio.-Te ves más feliz desde que ella está.
-Me siento más tranquilo, sí. Ya estás listo, deberías quitarte el albornoz y ponerte lo que te he dejado- afirmó John dispuesto a marcharse lara dejarle cambiarse en paz.
-¿Te vas? ¿Y eso?- Preguntó extrañado. -No será que no me has visto cambiarme cientos de veces.
-Sí, pero no tengo nada que hacer aquí- contestó el rubio y Alexander se acercó para darle un beso.
-¿Verme no es suficiente?- Preguntó de forma pícara y bromista.
-Sí, pero cambiate o mañana estarás con fiebres otra vez- insistió el rubio. Si hay algo que le gustaba en aquel mundo, eran los hombros y la espalda de Alexander. Era tierna, delicada, dulce cuanto menos, algo estrecha y llena de pecas. -Alex- dijo John cuando Alexander le dió otro beso. -No andes provocándome y cámbiate- pidió retirando con cuidado la prenda para dejar a la vista uno de los hombros de Alexander.
-¿Yo? Tú has propuesto esto, ya sabes lo devoto que soy, me conoces- aseguró acariciando la mejilla de John que se inclinó para darle otro beso. -Aunque no lo admitas, estás intentando provocarme- dijo volviendo a acomodarse el albornoz para tapar su hombro y parte de su pecho que quedaba descubierto.
-Estás castigado, Jack, por cortejarme- bromeó Alexander desatando un botón de la camisa de John para meter por allí su mano hasta que Frances comenzó a llorar.-Lo lamento, Alex, me necesita- dijo apartándose y abrochando su camisa.
-¿Nos vemos esta noche?- Preguntó haciéndole ojitos.
-Si Frances no quiere que duerma con ella vendré.
John pasaba el día ocupado con la pequeña y Alexander en cierto modo, sentía alivio de saber que John tendría más tiempo para él cuando la niña se quedase con Henry.
Hamilton había perdido la esperanza de esperarlo varias noches, por lo que ya no lo hacía hasta que en una de ellas se apareció y cerró la puerta con el cerrojo.
-John- dijo cuando sintió como el rubio se sentó en su cama.
-No hables tan alto, mi padre está a dis habitaciones- le susurró a la oreja.
ESTÁS LEYENDO
Donde el viento no susurra | Lams
Ficción históricaJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad