Volvieron a la rutina, todo era similar a antes de la llegada de Frances. —John— dijo Alexander tumbándose en la cama. —¿No vas a dormir?
—No, me ha llegado una carta de mi padre— murmuró el joven abriendo el sobre y dentro se hallaba información sobre el estado de su pequeña hija. Al parecer, él no era el único que se encontraba intranquilo por la separación.
—No te preocupes, está con tu padre, está mejor allí. Descansa ya— dijo levantándose y tomando la carta de sus manos.
Fueron algunos meses los que aquel nerviosismo se apoderó del hombre, incluso su estado de ánimo llegó a perjudicar su relación con Alexander. Sumado a aquello, se escaparon los rumores de las acusaciones que John le hacía a André y tuvo una discusión con algunos de sus compañeros del cuartel.
A pesar de todo aquello, él estaba convencido de lo que decía y no pensaba detenerse hasta que todos viesen la verdad. A veces veía al hombre robar algunos papeles, leerlos a escondidas o escribir cartas sospechosas a altas horas de la madrugada.
Aunque la situación se complicó bastante, Hamilton intentó hacer oídos sordos e intentó hacer que la relación con Laurens no fuese náufraga, aunque el rubio no ponía mucho de su parte. —John, te has obsesionado demasiado con André...— dijo Alexander con sinceridad. —Te quiero, pero esto es demasiado. ¿Es porque te dije que me pareció lindo?
—No— afirmó de mal humor. Nada estaba saliendo como a él le gustaría, el ejército estaba sin provisiones y ni tan solo tenían agua, cosa que originaba tensiones y problemas dentro del cuartel.
—¡Yo necesito lavar mis botas!— Dijo Lafayette tomando el recién llegada.
—Yo afeitarme— respondió Laurens.
—¡Ni hablar!— dijo Tallmadge. —Vamos a guardarla.
Eran constantes discusiones tontas por el malestar de los hombres, el ejército no contaba con dinero ni con algún proveedor legal, por lo que John dejó de lado su red de espías y empezó a trabajar en el contrabando de mercancías junto a Lafayette. De vez en cuando podían recibir ciertos materiales o algo de comida, pero no era suficiente y debían retirarse durante las temporadas de altas temperaturas. —No me queda pólvora— murmuró Hamilton. —Ni cañones.
—Roba unos cuantos otra vez— respondió Laurens mientras terminaba su plato en la cena.
—Ni hablar, Hamilton— dijo Washington. —Ni se te ocurra, no le hagas caso. Cómo nos roben la poca provisión que tenemos por un par de cañones tendremos que rendirnos.
—No diga eso— dijo Lafayette. —Estamos al punto, a nada de ganar la guerra. Solo hay que aguantar un poco más.
—Ni siquiera tengo botas— contestó Tallmadge. —Ni caballo, yo mejor me retiraré a dormir. Pensar en esto me hace pasarlo peor— recogió su plato y se marchó para lo salir en toda la noche.
—Mi excelencia— dijo Laurens y Washington le miró con curiosidad. —Escribí algunas cosas, me gustaría que las lea cuando tenga tiempo.
—¿Es sobre André?— Supuso Lafayette y no necesitó ninguna respuesta. —Déjalo ya, John. No es una mala persona.
—Ha robado el plan de batalla. No está en la mesa, yo lo vi— aseguró convencido pues muchas veces lo trataban como loco. —Sabe todo de nuestra red de espías, por eso la semana pasada colgaron a tres de nuestros hombres.
—Laurens— dijo Alexander. —Mejor vayamos a descansar nosotros también, te está afectando todo esto.
—No es eso, no estoy ido, ni loco— contestó y al final de mucha insistencia se marchó a dormir con Hamilton. —Me nerva, me ansia— dijo caminando por la habitación. —Nadie me escucha, ¿qué le contaré a Fanny cuando sea mayor? ¿Qué dejé escapar a un espía británico? ¿Qué casi mato a una legión entera bajo mi mando?
—Acuesta o mañana las cosas irán a peor. Estás haciendo lo que puedes— murmuró Alexander. —Yo tampoco tendré nada muy importante que contarle a mis hijos.
—Creo que si tienes muchas cosas que contar. Estás aquí por mérito propio.
Alexander suspiró y tomó al otro del mentón. —Cállate y dame un beso— dijo repentinamente sorprendiendo a John. —Aprovechémos la noche, que es larga, en vez de lamentarnos— murmuró quitándose la camisa.
—Dios, Alex, ¿qué pensaría Elizabeth de esto? Estás casado— aseguró llevando su mano a las caderas de Hamilton.
—Es la única manera de que dejes de preocuparte por tantas cosas, Jack. Es por ti— aseguró dándole un beso. —Debes distraerte un momento, descansar...
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Donde el viento no susurra | Lams
Narrativa StoricaJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad