Extraño. Como si un minúsculo pedazo mi corazón hubiera sido arrancado, el dolor era tenue, mas tronaba en el vacío de mi pecho hasta humedecer mis ojos. Sin embargo, no lloré. Bajo el agua caliente de la ducha, respiré profundo varias veces y obligué a mi mente a centrarse en cualquier cosa, menos en las múltiples preocupaciones que intentaban asediarme.
Mis pies hicieron contacto con el sueño del baño y me estremecí, el frío de las baldosas propagándose con facilidad por el resto de mi cuerpo. Limpié el vidrio empañado para enfrentar mi imagen en el espejo y suspiré de alivio al descubrir que no lucía tan demacrada como esperaba.
Pequeñas estelas de claridad que se expandieron por mi cerebro hasta iluminar la nueva información adquirida y proporcionarme una perspectiva resolutiva.
—Puedo con esto —murmuré, todavía observando mi reflejo— Puedo con lo que sea.
La ansiedad aún comprimía mi garganta como un nudo, pero la ignoré mientras cepillaba mi cabello. Me vestí con rapidez, aunque dediqué bastante tiempo a maquillar mi rostro para tapar cualquier rastro de vulnerabilidad e impotencia. Utilicé el tono de colorete y labial que reservaba para nuestros shows en vivo, intenso para ser apreciado incluso en la penumbra, y marqué un delineado grueso alrededor de mis ojos.
Mis pies ya no se arrastraban como había sucedido desde la revelación, la desazón ya no entumecía mi cuerpo, sino que mis pasos eran firmes y sonaban mientras transitaba el pasillo y bajaba las escaleras.
—Al fin despiertas, estrella de rock.
La voz áspera de Justin retumbó en la cocina. Sentado en una silla, su espalda erguida contra el respaldo, músculos tiesos como si no tuvieran flexibilidad, su atención fija en el paisaje enmarcado por la ventana hasta que me acerqué a él y sus ojos me hallaron. La expresión sombría en su rostro no se alteró cuando le sonreí.
—Déjame adivinar... Hoy te toca cuidarme —me burlé.
Sus ojos, ya entornados, se estrecharon aún más hasta volverse rendijas. Todavía mostrando una sonrisa, abrí el refrigerador y saqué el plato de comida que habían dejado para mí.
Había pasado gran parte de la mañana de pie frente al ventanal, esperando ver a Dorothy, Annie y Fred abandonar la casa antes de visitar la planta baja. Me incomodaba la idea encontrarme con alguno de ellos. Simplemente, no me apetecía estar en su presencia.
Me senté en la silla situada frente a Justin y lo observé, esperando que el almuerzo se calentara en el microondas. Él sostuvo mi mirada, su entrecejo frunciéndose más a cada segundo transcurrido.
—¿Dónde está Penelope? —mi tono sonó más débil de lo que pretendía, por lo que aclaré mi garganta— Creí que ella era la encargada de vigilarme durante el día.
No me respondió. Desvió su mirada hacia la ventana y el velo taciturno volvió a nublar sus ojos, delatando que su mente se encontraba lejos de allí.
Admiré su perfil. Sus rasgos eran muy parecidos a los de Penelope, por eso había sido fácil para mí creer que estaban emparentados. Mejillas huecas le daban ángulo a su rostro, barbilla recta igual que su nariz. Piel pálida, labios agrietados, ojeras...
—Tu comida —el sonido de su voz me sorprendió.
Parpadeé varias veces, rompiendo la concentración que había estado dedicando a admirarlo y centrándome en sus palabras. Noté que el microondas ya había calentado mi porción, a pesar de que no oí el pitido, así que retiré el plato y volví a tomar asiento para comenzar a comer.
—Debes hablar con Dorothy.
Una vez más, su declaración me impactó, pero esa vez se debió a su contenido.
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Macabro
Novela JuvenilCuando su abuela enferma, Moira Lombardy decide acompañarla a un pequeño pueblo apartado para disfrutar unas vacaciones. Sin embargo, la casa donde se hospedan pertenece a raros y hostiles habitantes, como el joven Justin Blackburn y su hermana. Las...