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La admiraba, admiraba cada paso de ella sobre el escenario, como su cuerpo paseaba con gracia y porte, cada uno de sus movimientos era atrapador, una danza tan magnífica que lograba erizar su piel y sin duda alguna, llenaba de placer su vista con cada perfecto danzar de aquella mujer de cabellos rosados. Aquella bella bailarina a la que se había vuelto adicto, iba cada semana a la obra teatral del ballet únicamente para poder apreciar aquella obra de arte, una obra única con nombre y apellido: Amelia Rose Clement, una de las bailarinas más famosas de toda Italia y sobre todo de las más bellas.
Llenaba show como ninguna otra y Silver se había vuelto totalmente neófito a su danzar, no podía dejar de ver sus saltos y vueltas, la forma en la que se expresaba a través de ese medio artístico lo hacía pensar que era la más pura de las artes, pureza en su ballet.
Ella era su nueva religión.
Con libreta y grafito en mano dibujaba el rostro de la mujer, fantaseando en bailar con ella en la soledad de las calles de París, plasmando en cada hoja la belleza natural de Amelia, sus rosados pómulos, sus labios de terciopelo que parecían sacados de un sueño. Prestaba atención a los detalles desde la primera fila, notando las pecas en su rostro y sus bellos orbes jades que reflejaban la luz del escenario.
Al terminar el show se levantó de su asiento para aplaudir, dejando el teatro a los minutos y con los recuerdos vividos pensaba ir a casa para plasmar una obra más sobre Amelia. Una voz lo llamo y torpemente volteo, tragando saliva al notar la presencia de ella, no podía creerlo; sus manos comenzaron a sudar y su corazón se aceleró frenéticamente.
─── ¿Eres artista cierto? ─ su bella voz era angelical, su vestido blanco la hacía ver como una deidad. ─ Lo digo por qué te he visto varias veces dibujar a las bailarinas... Son buenas referencias.
Silver se aclaró la garganta ─── ¡No, no! Solo pinto de vez en cuando, la artista aquí eres tú sin duda, admiro mucho tu trabajo.
─── Muchísimas gracias... Disculpa, ¿Cuál es tu nombre?
Amelia sonrió con dulzura, tenía un claro interés por el albino de bellos ojos miel.
─── Silver Marchand, un placer señorita Rose. ─ tomo la malo de la ajena besando está, inclinándose ligeramente ante ella.
La pelirosa se sonrojo, aún así aparto su mano e intento hojear la libreta de Silver la cual estaba en las manos de él.
─── ¿Puedo ver tu arte? Sería un honor para mí...
Silver lo pensó dos veces sin embargo sabía que no tenía nada que perder, le entrego libremente su más sagrada posición y ella sonrió mientras pasaba página tras página viendo el enorme talento que aquellas pálidas manos tenían, era simplemente impresionante y no pudo ignorar el hecho de que ella estaba más de una vez retratada en aquel libro.
─── ¡Es impresionante! ¡Eres de los mejores artistas que he visto en París!
