Cumpleaños

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—7—

Saco la última bandeja de canapés y le busco un hueco en la mesa intentando no romper el montaje. Una buena presentación hace ganar muchos puntos a una comida.

    —Luz, no seas tan perfeccionista. Sabes que en cuanto le metan mano, tu súper organización desaparecerá —comenta mi prima riendo mientras roba uno de los canapés.

Ruedo los ojos ante su burla y sigo a lo mío. Será defecto de profesión o cabezonería pero hago oídos sordos y redistribuyo el plato que acaba de profanar.

    En cuestión de media hora, ya ha llegado casi todo el mundo. Marta ha invitado a su grupo más cercano, como todos los años y a dos o tres personas que conozco de vista como sus nuevos compañeros de estudio. Somos unos diez y aún falta que llegue Paolo, pero la gente está hambrienta y damos vía libre para que puedan empezar a comer. Le reservo algunos aperitivos para cuando llegue y me mezclo entre la gente.

—Luz guapa, cuánto tiempo —me saluda Cris con un cariñoso abrazo—. Aún no me he rendido contigo, ¿te has pensado ya lo del reportaje?

—No te cansas, eh —le contesto con una sonrisa divertida—, ya sabes que eso de las fotografías no es lo mío. Si quieres yo cocino y tú comes pero sin cámara de por medio.

—Oye, si estáis hablando de comida yo me apunto siempre —comenta mi prima ofreciéndonos un par de botellines de cerveza.

—Mira, en dos semanas haremos algo parecido para un restaurante de la ciudad, le echas un vistazo y si te animas, ya sabes que yo estoy más que dispuesta —insiste—. Además, te puede servir como portfolio para mostrar tu trabajo cuando consigas el Grand Diplôme este año.

—Venga, hacemos eso —acepto chocando mi cerveza con ella.

Lo cierto es que Cris siempre ha tenido mucho interés en mi trabajo, nunca he acabado de entender por qué. Marta cree que no es mi trabajo precisamente lo que le llama la atención, pero estoy acostumbrada a sus teorías algo desorbitadas.

Oigo como llaman al timbre y me acerco deprisa, debe ser Paolo.

—Ya era hora de que llegases...

Pero me detengo a media frase al ver una cabellera rojiza.

—No sabía que me estuvieras esperando —contesta con cierta burla.

—Lo siento, pensaba que eras Paolo.

Asiente algo más seria y antes de que pueda preguntarle nada, mi prima aparece, la envuelve en un efusivo abrazo y la arrastra con ella piso adentro para empezar a presentársela a sus amigos.

Aprovecho para observarla con más detenimiento. Siempre la había visto en un look más sport y hoy lleva una falda estrecha morada y una camiseta blanca ajustada que deja parte de su abdomen al aire. No sé cómo se supone que viste una chef de prestigio, pero cuando me hice una idea de la Ainhoa vecina estirada, no me la imaginaba así. Está guapa.

—Luz, oye, que estás en las nubes —me grita mi prima en el oído haciéndome dar un respingo.

—Qué bruta eres, tía —me quejo con razón—. ¿Qué decías?

—Quiero que estés pendiente de Ainhoa y la rescates si es necesario.

—¡Ni que fuera yo su canguro! Además, rescatarla, ¿de qué exactamente? —pregunto con resignación.

—Puede que le haya contado a estos quién es nuestra vecina con un poco de ímpetu y con alcohol de por medio pueden ser muy pesados.

Alzo las manos al aire en señal de rendición, porque a mi prima no puedo negarle nada y menos en su cumpleaños y ella lo sabe. Me sonríe, me achucha los cachetes como si de un bebé se tratase y se marcha dando saltitos hacia la otra punta del salón.

Choque de trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora