Capítulo 27

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La vida en el pueblo de Woodlots era monótona y desalentadora

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La vida en el pueblo de Woodlots era monótona y desalentadora. El antiguo paso fronterizo, una vez una atracción turística, ahora era solo un recuerdo borroso, quedando en recortes de periódicos y paredes desgastadas de algunos negocios.

El conflicto entre Westalis y Ostania había dejado su marca destructiva. A pesar de los intentos de reconstrucción después de la guerra, muchos habitantes se rindieron y abandonaron el pueblo, reduciendo considerablemente su población.

El propietario del único hotel y cuidador de las casas abandonadas en Woodlots presenciaba ese panorama año tras año. Aunque podía vivir en el lugar, las personas que le importaban ya no estaban. De una forma u otra, la guerra se las había arrebatado.

Por eso, se sorprendió mucho al ver a una familia entrar en la recepción.

—¿Eh? —balbuceó, arqueando una ceja con curiosidad—. ¿Estancia prolongada?

—Sí. Mi esposa y yo estamos buscando un lugar tranquilo —dijo el hombre de la familia. Era rubio, de ojos azules y algo desaliñado—. Queremos empezar de nuevo.

—Entiendo lo que dices —respondió con voz ronca mientras sacaba un registro—. Por favor, completa los datos. Pueden quedarse en el hotel el tiempo que necesiten —añadió—. El pago se realiza al final de su estadía.

El propietario notó cómo el hombre pareció dudar un segundo y observó a su esposa, como si estuvieran teniendo una conversación silenciosa por medio de la mirada. Era algo que muchas parejas hacían y que resultaba inexplicable para los demás.

«Espero que no usen mi hotel para repoblar», pensó con cierta preocupación.

—¡Papi! —gritó la chica—. ¡Tengo hambre!

—Espera un poco, Anya —le dijo su padre con dulzura. Incluso se tomó el tiempo para acariciarle la cabeza—. Nos quedaremos unos días en el hotel hasta encontrar una casa que nos guste.

El propietario observó el registro con atención antes de responder.

—Bueno... señor Loid Forger —dijo, reflexionando—. Hay diez casas disponibles para una familia de tres con una mascota.

—¿Y hay alguna que esté cerca del arroyo? —preguntó la mujer con ansiedad, notando la mirada extraña del propietario—. Oh, ¿acaso no se puede preguntar eso? Lo siento, no...

—Yor —la tranquilizó su esposo—. Espero que la disculpe. Es que cuando éramos niños solíamos disfrutar mucho del arroyo cuando el campamento estaba en funcionamiento.

El propietario del hotel se sintió invadido por una oleada de nostalgia al ver a esa familia en su establecimiento. Recordó los días en los que ayudaba a su padre a recibir a los turistas y hacerlos sentir como en casa. Aunque para algunos aquel sentimiento podría parecer insignificante, para él era un vistazo al pasado.

—El campamento era lo más interesante. Venían muchas personas —les contó tomando el registro y arrojándolo dentro de un cajón desorganizado—. La guerra lo arruinó.

La pareja reflexionó brevemente sobre eso.

—Tiene razón —asintió el esposo—. Ignorar eso no nos llevará a ninguna parte.

El propietario sintió que esas palabras tenían un significado más profundo.

—Sería mejor que descansaran —sugirió, entregándoles las llaves de su habitación.

La familia le agradeció su atención y se despidió. Cuando la recepción quedó en silencio, el sonido de un cajón se escuchó.

—Familia Forger, ¿eh? —murmuró el propietario, mirando el registro—. Bienvenidos a Woodlots.

Nota de la autora: Acá estamos, apuntando a continuar y ver qué nos depara ahora que ya resta poco para acabar la historia

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Nota de la autora: Acá estamos, apuntando a continuar y ver qué nos depara ahora que ya resta poco para acabar la historia. Quiero mantenerme optimista, esa será mi nueva vibra.

Ciao.

Creo que hay algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora